
El suroriente de la entonces Unión Soviética vio nacer el 17 de marzo de 1938 a Rudolf Nureyev, un personaje que se convertiría en una de las más grandes figuras del ballet a nivel mundial. El hijo de un comandante del Ejército Rojo, proveniente de una modesta familia tártara, mostró desde sus primeros años un talento excepcional en la danza, exhibiendo su arte en las temporadas de bailes folclóricos organizadas por su escuela, cuestión que se tradujo en un reconocimiento tal que sus profesores recomendaron encarecidamente a sus padres abogar por el desarrollo de las capacidades del joven prodigio. Es así como en base a clases particulares periódicas altamente rigurosas en su niñez e incursiones como extra en la Ópera de Ufá en su adolescencia, se fue haciendo un nombre en la escena local de la época, llegando a la Academia Vegánova de Ballet, donde comenzaría su perfeccionamiento bajo la dirección del maestro Aleksander Ivánovich Pushkin, quien ya había formado a célebres bailarines de talla internacional y con quien llegó a sobresalir a tal punto que tanto el Ballet Kirov como el Teatro Bolshói se interesaron por convocarlos hacia sus filas, inclinándose el bailarín por el primero. En este punto Nureyev ya había desarrollado una sólida carrera y criterios propios, ideas innovadoras que producirían tensos encuentros dentro de la compañía y que harían sentir al joven talento una gran sensación de limitación a su crecimiento profesional.
Es esto último, la firme convicción de que una vez de regreso en la Unión Soviética no podría volver a salir y que su destino estaba fuera de las fronteras de su tierra natal, lo que le hace tomar la decisión radical en 1961, durante una gira en la ciudad de París, de establecerse en la capital del país galo pidiendo asilo político. Esta acción le valió el ser declarado culpable del delito de traición a la patria, aplicándosele en ausencia la condena a una pena de cárcel por un periodo de siete años. No obstante, el bailarín soviético persistió en su cometido y prontamente logró consolidarse en la escena artística europea, llegando incluso, en la década de 1980, a ser nombrado director del Ballet de la Ópera de París. Este giro violento que dio a su vida no solo lo convirtió en un artista destacado, sino también en una celebridad reconocida, rodeándose de personajes tan heterogéneos como Jackie Kennedy y Andy Warhol, incursionando además en otras artes, como el cine. Por esos años conoció al coreógrafo y maestro de ballet Erik Bruhn, con quien mantuvo una relación hasta el final de su vida, cuando encontró la muerte en 1993 por complicaciones derivadas de la enfermedad del sida.
Esta historia llena de bemoles y claroscuros sobre el bailarín que le dio la espalda a la Unión Soviética sin resarcir la herida, y que desarrolló una carrera excepcional en el mundo de la danza, es lo que inspiró la obra Nureyev, del director y guionista ruso Kirill Serebrennikov, montada por el Teatro Bolshói de Moscú. Dicho ballet ha sufrido los efectos de la censura por parte del gobierno ruso, ya no por el estigma de la figura del desertor que antaño encendiera el descontento de todo un pueblo, sino por la violación de las leyes federales que prohíben la “propaganda de relaciones sexuales no tradicionales" (elmundo.es, 21 de abril de 2023), firmada por Vladimir Putin en el año 2013, bajo el argumento de “proteger a los niños de la información que aboga por la negación de los valores familiares tradicionales”, y que en 2022 sería ampliada también hacia la población adulta.
En la imagen: Liliana Cosi con Rudolf Nureyev en Roma (1972)
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