Rolando Mellafe Rojas y el acontecer infausto en el carácter chileno
Una historia sumamente estrecha, incapaz de dar debida cuenta de las profundidades del acontecer, es la crítica que Rolando Mellafe Rojas, Premio Nacional de Historia en 1986, hace a la historiografía de su tiempo en su ensayo El acontecer infausto en el carácter chileno: una proposición de la historia de las mentalidades (Revista Atenea, 1981). Sus dardos apuntan hacia un ejercicio de la investigación que, sobre todo, pone énfasis en los acontecimientos positivos y los ensambla en torno a un ideal de progreso que justifica una cierta discursividad sobre el éxito, el crecimiento y la felicidad: “Hacemos siempre una historia fausta, a veces mencionando, pero sin incorporarlo a la dinámica de la sociedad o de la cultura, el acontecer infausto”, señala Mellafe. Y es que su interés se centra en la historia de las mentalidades, corriente nacida en la École des Annales francesa entre la década de 1920 y 1930, de la mano de Marc Bloch y Lucien Febvre, y que el premio nacional define como “la historia del acto de pensar, siempre que entendamos por pensar la manera que el ego tiene de percibir, crear y reaccionar frente al mundo circundante” (Revista Cosas, 14 de abril de 1988).
Desde esta óptica, el autor demanda la incorporación del acontecer infausto para arribar a una correcta comprensión del ego colectivo e individual de los pueblos. Pero no se trata de destacar hechos aislados, sino de ubicar todas las catástrofes ocurridas para “reducir parte de la historia infausta a un sistema, que tiene frecuencias, regularidades e irregularidades y que, finalmente, podría constituir un modelo” (Revista Atenea, 1981). Tales eventos serían fundamentales a la hora de abordar la persistencia y las transformaciones de las prácticas culturales. Así, el autor señala que, en Chile, en un periodo de 386 años comprendidos entre 1520, antes de la llegada de Diego de Almagro, y el terremoto de Valparaíso de 1906, el 73% de esos años habrían estado teñidos de catástrofes: “100 terremotos, 46 años en que todo se inundó, 50 años de sequía absoluta, 82 años de diferentes epidemias generalizadas y 4 años en que insectos y roedores se comieron hasta los árboles”. La desgracia, dado el acervo cultural de la población, habría sido interpretada como de origen sobrenatural y “se relacionaba íntimamente con el comportamiento individual y colectivo de la sociedad que lo sufría […] y por eso se rodeaba doblemente, con mucha fuerza, del equipo simbólico místico-cultural de la época”. Bajo este escenario, el diálogo inconsciente que el chileno ha mantenido con la naturaleza habría estado tiranizado por el acontecer infausto, dando como resultado “fenómenos colectivos que se traducen en modos de ser y de actuar”, cuestión que explicaría mucho mejor las conductas históricas de los pueblos que el relato sobre el devenir político y económico. A modo de ejemplo, Mellafe ubica el año 1851 como el más infausto de la historia, el cual fue azotado por dos terremotos, un invierno especialmente crudo y una epidemia de viruela. Según el académico, “es posible que aquella revolución de 1851 haya sido tan enconada precisamente porque los cuatro fenómenos ya anotados desarticularon las ataduras etnocéntricas nacionales y orientaron las angustias colectivas hacia la provocación de actitudes de violencia, que en último término habrían tenido por objeto dar mayor seguridad al yo colectivo e individual”.
Bajo esta perspectiva, las profundidades del acontecer histórico exigirían al investigador tomar en cuenta no solo el relato racional propio de la historiografía tradicional, sino también aquellos elementos que dan cuenta de la tensión psíquica de los pueblos en su relación con la naturaleza, donde el acontecer infausto ocuparía un lugar fundamental.
En la imagen: Rolando Mellafe Rojas.
Publicado originalmente en Academia Libre, el 1 de julio de 2023
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