El fascismo que no muere, según Umberto Eco


  

    La Universidad de Columbia, en Nueva York, fue el escenario en que Umberto Eco, el 25 de abril de 1995, pronunció su discurso El fascismo eterno, a propósito de la conmemoración de los cincuenta años del levantamiento de la resistencia italiana en contra de las tropas nazis que aún mantenían su ocupación en el norte del país peninsular. En la ponencia, el autor propone una caracterización de este ideario totalitario en base a un juego de catorce cualidades, las cuales pueden ser reconocidas, en variadas combinaciones, en la identidad de tal doctrina más allá de su manifestación concreta a mediados del siglo XX bajo el régimen de Benito Mussolini.

    La lista comienza por una forma de culto a la tradición donde “ya no puede haber avance del saber”, pues la primera se asume como portadora de una verdad lapidaria que rechaza la emergencia de lo nuevo. En este sentido, el fascismo emprende sus acciones en contra de la cultura en la medida en que esta implique el pensamiento crítico, el cual interpreta como traición y abandono de los valores tradicionales. Asimismo, explota el miedo a la diferencia, incubando el germen del racismo. Por otro lado, a quienes no se identifican con alguna identidad social determinada, se les dice que “su único privilegio es el más vulgar de todos, haber nacido en el mismo país”, exacerbando así un nacionalismo que necesita de un enemigo, al cual se le atribuye una supuesta situación de privilegio, causa de la frustración social, para autoafirmar su identidad, justificando de este modo su xenofobia. Todas estas problemáticas exigen al individuo una disposición permanente al enfrentamiento, pues la vida sería el escenario de una guerra permanente, donde “el pacifismo es entonces colusión con el enemigo”. En este estado de confrontación, la debilidad de las masas ha de ser sometida bajo el imperio de los más fuertes, quedando así sentadas las bases para una jerarquización social que consolida a una elite dominante, cuyas características han de ser el modelo moral hacia el cual todo subordinado habrá de aspirar, aunque tal meta lo conduzca a la muerte. Esta premisa sobre la superioridad moral de la élite la convierte en portadora de “la voz del pueblo”, dándose con ello el derecho a la cancelación de toda forma de disidencia, siendo el régimen parlamentario el principal flanco de sus arremetidas. Finalmente, Umberto Eco sostiene que el fascismo se vale de la neolengua, en referencia a la obra 1984, de George Orwell, basada “en un léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico”. Tal es la constelación de elementos que el escritor identifica en la ideología que vio la luz bajo el dominio del Duce de la otrora República Social Italiana.

    Esta suerte de caracterología tiene origen en la especial preocupación del autor por la emergencia de diversos movimientos filonazis activos alrededor del mundo que, en una de sus demostraciones más crueles, se había manifestado en el muy reciente atentado de Oklahoma: ataque explosivo en contra del gobierno norteamericano encabezado por el ultraderechista Timothy McVeigh, que cobró la vida de más de 160 personas, dejando más de 600 heridos. El fascismo, expresión de “una manera de pensar y de sentir, una serie de hábitos culturales, una nebulosa de instintos oscuros y de pulsiones insondables”, puede volver “con las apariencias más inocentes”, señala Eco, y es nuestro deber “desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo”.


En la imagen: manifestantes de la ultraderecha chilena en protesta contra el plebiscito por una nueva constitución.

Publicado originalmente en Academia Libre, el 27 de agosto de 2022

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