Nuevas orientaciones de la enseñanza: un libro de Amanda Labarca
La Ley de enseñanza Primaria Obligatoria, impulsada por el pedagogo Darío Salas, y que vería la luz en agosto de 1920, después de alrededor de dos décadas de intenso debate, fue un gran aliciente para el desarrollo de importantes reflexiones en materia educacional. Un hito significativo en este escenario fue la publicación, en 1927, de la obra Nuevas orientaciones de la enseñanza, escrita por la educadora y literata Amanda Labarca Huberston, quien ya se había hecho de un nombre entre los intelectuales de la época a propósito de su permanente compromiso con la lucha por los derechos de las mujeres.
En estas páginas la autora muestra un riguroso conocimiento sobre las grandes ideas en los ámbitos de la filosofía, la educación y la psicología, pasando por Immanuel Kant, Arthur Schopenhauer, Alfred Binet, Edouard Claparéde, María Montessori, entre otros, pero deteniendo la mirada en dos autores que influirían de manera gravitante en su trabajo. Por una parte, John Dewey, pensador que había subrayado la necesidad de concebir la educación como una instancia al servicio del bien común, más que al del individuo, y donde se permitiera la experimentación, de modo que el aprendizaje se produjera mediante la experiencia y no bajo la premisa de los tradicionales modelos de transmisión de conocimientos de forma pasiva y verticalista. Para Labarca la escuela debe “transformarse en un centro de actividades vivas, llenas de interés y de móviles de acción, en que el niño naturalmente adquiera una gran suma de experiencia y encuentre múltiples ocasiones para ejercitar aquellos impulsos suyos que son beneficiosos para el progreso social”. Por otra parte, William James, de quien rescata la idea de que la educación tiene el mandato de generar buenos hábitos en los estudiantes, organizándolos en virtud de proporcionarles herramientas con las cuales pueda conducirse a través de las diversas vicisitudes de la vida. De estas lecturas, la pedagoga determina como premisa fundamental el que “todo problema educativo es en el fondo un problema social”, el cual debe considerar, además, la realidad concreta de las circunstancias sociales, económicas y políticas en las que se desenvuelve la comunidad a la cual la escuela sirve.
Así, para un abordaje efectivo de la problemática que implica la educación, Amanda Labarca establece una serie de requisitos que “la escuela nueva” debe cumplir: su carácter tiene que ser experimental, donde la experiencia del hacer práctico constituya el fundamento del aprendizaje; asimismo, es necesario que promueva un trabajo colaborativo, donde las habilidades particulares de cada estudiante sirvan a un bien colectivo, el cual no puede dejar fuera bajo ningún concepto los ideales de la igualdad, la que quedaría sancionada bajo la noción de coeducación, donde no se reconoce ninguna diferencia intelectual entre niños y niñas, proveyendo para ellos las mismas oportunidades para el aprendizaje y la exploración de sus propias inquietudes. Todo esto bajo una formación intelectual, física y artística, con la finalidad de desarrollar al máximo las potencialidades de cada uno de los estudiantes para su integración en la sociedad.
Comentarios
Publicar un comentario