Kandinsky o el movimiento del espíritu hacia el interior
Hacia el año 1911, Vasili Kandinsky publica un polémico ensayo que encenderá la discusión no solo en el ámbito artístico, sino también en el político. Bajo la premisa inicial de que el arte “nunca puede ser un fin en sí mismo ni tampoco estar sometido a los imperativos materialistas” (Ulrike Becks-Malorny. Kandinsky, 2007), el artista desarrolla una propuesta donde el arte tendría la función de mover el espíritu hacia el progreso, haciendo posible el futuro, en contraposición al arte de su tiempo, que consideraría condenado a la repetición incansable de lo ya sabido.
Para ilustrar esta concepción comparará la vida espiritual con un triángulo dividido en secciones desiguales, cada cual más voluminosa a medida que se desciende desde el vértice superior, y que avanza lentamente y se eleva. En la parte más alta se encuentra el talento del artista movido por una necesidad interior, que es la guía hacia el mundo del porvenir, al cual solo se puede acceder a través de la intuición y no de la construcción teórica. En las partes inferiores se encuentra el arte por el arte, autorreferente modelo de repetición de lo exterior que el autor describe como decadente, sin alma, identificándolo filosóficamente con el materialismo y económicamente con el socialismo, que ha capturado la atención de las masas, donde sus miembros “… fundamentan sus convicciones con muchas citas, desde Emma de Schweitzer hasta la Ley Férrea de Lasalle y El Capital de Marx” (Vasili Kandinsky. De lo espiritual en el arte, 1991). Esta última circunstancia es la que Kandinsky denuncia como la característica de su época, convocando a apartarse del pensamiento materialista y a volver la mirada hacia el sí mismo, donde los artistas serían los más sensibles en cuanto a acudir al llamado, el cual habría de expresarse a través de la renuncia a la belleza habitual para centrarse en aquella belleza interior movida por la imperiosa necesidad. “Todo el que ahonde en los tesoros escondidos de su arte, es un envidiable colaborador en la construcción de la pirámide espiritual que un día llegara hasta el cielo”, sentencia el pintor en su ensayo (1991).
Ya en 1921, el énfasis en la interioridad y la espiritualidad que había instalado Kandinsky en su discurso, que se alejaba notablemente del ideario de los Revolucionarios de Octubre, le valió severas críticas por parte de los exponentes del Constructivismo, tales como Vladímir Tatlin y Aleksandr Ródchenko, lo que finalmente provocaría su salida de Rusia.
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