Gabriela Mistral, la división del trabajo y las “Amandas Labarcas”

 


    El año 1927 se caracterizó por las tensas relaciones entre el mundo político y la presión de las fuerzas armadas sobre la organización civil, representada por Carlos Ibáñez del Campo, para edificar el ideal del estado nación chileno. En este contexto, la situación de los trabajadores concitaba gran preocupación. Así, en la primera mitad de ese año fue presentado un proyecto del ley por Pedro Aguirre Cerda, ministro del interior en el periodo presidencial de Arturo Alessandri Palma, que pretendía regular materias relativas a la división del trabajo. Es en este escenario donde Gabriela Mistral, a través de una carta publicada entre el 12 y 19 de junio de 1927 en el diario El Mercurio, se permite plantear sus ideas sobre la organización laboral al promotor del proyecto en cuestión.

    El texto evidencia sus nociones sobre la diferencia sexual y el lugar del hombre y de la mujer en el trabajo, sosteniendo una fuerte crítica al feminismo. Para Mistral, en primer lugar, las tareas de gran esfuerzo físico debían ser ejecutadas por hombres, al igual que aquellas destinadas a la “dirección del mundo”, propias del filósofo, el político y el administrador de justicia. A este último le atribuye “una madurez de la conciencia […] que la mujer casi nunca tiene”. En segundo lugar, dice que hay que “barrer al hombre de las actividades fáciles en las cuales se afemina, pierde su dignidad y aparece como un verdadero intruso”. Y es que para la autora “la mujer debe buscar oficio dentro del encargo que trajo al mundo [...] escrito en todo su cuerpo”. "La mujer no tiene colocación natural sino cerca del niño o la criatura sufriente, que también es infancia por desvalimiento”. De manera que la conquista feminista por los espacios tradicionalmente ocupados por los hombres constituiría para Mistral una aberración, donde la mujer “rara vez cumpliría en ese terreno extraño trabajo equivalente al del dueño natural”. El lugar de la mujer quedará definido en torno a sus “profesiones naturales”: “maestra, médico o enfermera, directora de beneficencia, defensora de menores, creadora en la literatura de la fábula infantil, artesana de juguetes, etc.”.

    Al sostener no creer en “la igualdad mental de los sexos” y definir tajantemente el lugar que le correspondería a cada uno, sus ideas las haría oír ante el feminismo de esos años tanto en Chile como en el extranjero. Así, dispara sus dardos contra el Congreso Internacional Feminista, donde habría “un lote de ultra amazonas y valkirias, elevadas al cubo, que piden con un arrojo que a mí me da más piedad que irritación, servicio militar obligatorio, supresión del vestido femenino y hasta supresión de género en el lenguaje", y donde se afirma la necesidad de abolir la legislatura laboral que establecía diferencias entre hombres y mujeres. Avances que veía con preocupación, señalando que la rápida inclusión de la mujer al trabajo se estaba desarrollando con “el vértigo con que se rueda por un despeñadero.” En tanto, mientras en Chile Amanda Labarca conmemoraba el decreto que permitió el ingreso de la mujer a la universidad y denunciaba la crisis de la especie humana producto de la sola participación masculina en la construcción del mundo, Mistral acusaba a las intelectuales adherentes a esta perspectiva en Latinoamérica de odiosidades y persecución. Tanto así que llegó a afirmar, en una carta dirigida a Palma Guillén, que: “Yo no me he equivocado al creer que la América Española es invivible y que se es allí adentro bastante desgraciada. No conocen la indiferencia; no hay sino el amor o el odio, y el odio perseguidor, el de las Amandas Labarcas”


Publicado originalmente en Academia Libre el 10 de abril de 2021

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