Carlos Leppe o el sello del arte conceptual en Chile
El Golpe de Estado de 1973 significó una herida que se extendió a través de todas las capas de la sociedad chilena y el mundo de las artes no fue la excepción. El ímpetu experimental que tuvo lugar desde mediados de la década de 1960 y el gran compromiso social para la transformación del país, al cual muchos artistas nacionales suscribieron, fue acallado por la fuerza de las armas de la mano de una dictadura militar que tuvo como política central el control de la escena cultural local y un fuerte impulso privatizador y moralizante. En lo que respecta a las artes visuales, su presencia en el ámbito público prácticamente desaparece. No obstante, es en circuitos más bien cerrados donde “las actividades culturales alcanzan sus primeras instancias de recomposición, accediendo a márgenes de publicidad y estableciendo redes más o menos informales de circulación y exhibición” (Pablo Oyarzún. Arte, visualidad e historia, Ediciones Blanca Montaña, 2000). Así, a partir de 1977 comienzan a emerger incipientes propuestas de renovación artística, tomando como referencia las experiencias internacionales del arte conceptual, la performance, el body art y el happening.
Es en este contexto donde aparece la figura de Carlos Leppe, joven egresado de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, quien se propone no solo cuestionar la institucionalidad artística propia de los años de la dictadura, sino que también irrumpe como gran crítico de los convencionalismos morales de la época. En su propuesta se encuentra la inquietud por “el cuerpo como soporte de la obra, el travestismo, la autobiografía, el diálogo teórico y el interés por lo objetual” (Mariairis Flores. Revista Alzaprima, UDEC, 2017). Así, en instalaciones como El perchero, de 1975, el artista explora los límites de la identidad sexual, donde, a través de la fotografía, juega con la imagen del pezón femenino mostrando su condición performativa respecto a la significación que todo un aparato cultural asigna a determinadas partes del cuerpo. La obra Reconstitución de escena, de 1977, pone la mirada en la materialidad del cadáver, el cual invita al espectador a leerlo como efecto de determinadas condiciones materiales, cuyo correlato tiene mucho que ver con la violencia política que cobró numerosas víctimas durante el régimen dictatorial, aunque Leppe no lo declarara explícitamente. Por otro lado, también explora las dimensiones más íntimas del ser humano: con su acción corporal El día que me quieras, de 1981, expresa, en clave explícitamente autobiográfica, la transmisión del dolor de la madre hacia el hijo, donde Leppe representa el trauma interpretando amargamente la canción de Carlos Gardel que titula la obra, mientras su madre narra su historia a través de un registro en video. Y es que la obra de Leppe intenta traer a la escena aquello vivo que quedaría fuera del registro de la palabra. En este sentido expresa: “Me interesa la no reminiscencia, la no huella: el denunciante del dolor y la angustia no deben mostrarse en pinceladas alteradas, por ejemplo. El lenguaje plástico debe buscar en lo clínico, en el crematorio, en la sala de espera, el sauna, el baño público. Me interesa la vida pública y censurada” (Carlos Leppe. Revista Paula, 6 de diciembre de 1977). Tal fue la propuesta conceptual del artista que, tremendamente transgresor en su época, pasaría sus años posteriores a 1990 como asesor de imagen para el PPD, en la dirección del área dramática de TVN y Canal 13, y como agregado cultural en el primer gobierno de Sebastián Piñera (La Tercera, 17 de octubre de 2015).
Publicado originalmente en Academia Libre el 26 de septiembre de 2020
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