Carlos Isamitt Alarcón: Un encuentro entre dos mundos a través de la música

 


    La investigación sobre las manifestaciones artísticas del pueblo mapuche había sido escasa hasta la década de los 30. Anterior a este período, el foco estuvo puesto principalmente en la dimensión antropológica, con el fin de obtener conocimientos sobre su cultura; pero su arte en cuanto tal, y especialmente en lo que tenía que ver con la música, no había obtenido aún un estatus propio en las humanidades. Tal situación encuentra sus fundamentos en la tradición de los primeros exploradores de las tierras, hasta entonces, denominadas araucanas. Sin ir más lejos, el mismo Ignacio Domeyko aplica sentencia al valor de la sonoridad mapuche, señalando: “El indio araucano es un ser antimusical, y parece tener poca aptitud para las bellas artes” (Ignacio Domeyko. La Araucanía y sus habitantes, DIBAM, 2010), develando un notorio eurocentrismo en cuanto a la aproximación a aquello que se encontraba fuera de los parámetros del viejo continente. Es en este contexto, donde Carlos Isamitt Alarcón, profesor, musicólogo, compositor y artista plástico, quien en 1928 fuera nombrado como Visitador de la Dirección General del Departamento de Educación Artística del Ministerio de Educación, cargo que le hacía responsable del Conservatorio Nacional y la Escuela de Bellas Artes, da curso a un trabajo recopilatorio de cantos mapuche, que va más allá del mero registro documental, implicando el “relacionarse en terreno con las comunidades para acceder a presenciar ceremonias privadas de los indígenas” (Freddy Chávez. Treinta cantos araucanos de Carlos Isamitt Alarcón, Chávez Cancino, Freddy, 2018).

    Este trabajo se lleva a cabo sobre pequeñas reducciones de indios de las localidades de Quepe y Toltén, herederos de los sobrevivientes a la Ocupación de la Araucanía y a la consolidación del ideario del Estado nación, los cuales habrían mostrado desde un comienzo una marcada resistencia al acercamiento de los investigadores huincas. Sin embargo, cuando los esfuerzos de los intermediarios comunales se habían vuelto insuficientes, un hito propiciado por el propio profesor Isamitt, quien se había interiorizado en las costumbres y en el idioma mapuche, produciría un vuelco en las relaciones de intercambio cultural entre las partes. El autor cuenta que en cierta ocasión demostró a los lugareños que era capaz de reproducir, a través de las cuerdas del violín, instrumento desconocido para ellos, los cantos propios del pueblo. Esta proeza le valió el reconocimiento por parte de la machi, quien lo invitó por primera vez a entrar en una ruka, estableciéndose un diálogo cuyo eje no fue otro que el encuentro de dos culturas mediante la música. Al finalizar su concierto, “había florecido en ellos una alegría franca, reían los hombres, parodiaban admirablemente algunos motivos de los toques de trutruka, los niños miraban todo con los ojos agrandados, mientras las mujeres mantenían una extraña sonrisa” (Carlos Isamitt. Apuntes sobre nuestro folklore nacional, Aulos n.° 3, 1932). Allí expresó el profesor, en un suficientemente logrado mapudungún, su profundo entusiasmo por los cantos mapuche, su deseo de conocerlos y el profundo agradecimiento por la generosidad y confianza que le habían dispensado, facilitándole tomar nota sobre sus canciones.

    Este encuentro no solo le permitió a Isamitt obtener conocimientos sobre las artes sonoras mapuche, sino también conocer al pueblo y su lucha por la subsistencia: “Estas gentes, de una raza explotada y calumniada, aún superviven leales a sí mismas y continúan siendo creadoras de belleza de sentido racial a pesar de toda la vulgaridad amenazante” (Carlos Isamitt. Apuntes sobre nuestro folklore nacional, Aulos n.° 1, 1932).


Publicado originalmente en Academia Libre el 4 de noviembre de 2019

Comentarios

Entradas populares de este blog

Rolando Mellafe Rojas y el acontecer infausto en el carácter chileno

Hernán Tuane Escaff: la psicología al servicio de la tiranía

El último mural de Siqueiros