Visión sinóptica de Benjamín Vicuña Mackenna

    Benjamín Vicuña Mackenna fue un hombre de múltiples facetas. Sus intereses transitan por la historia, la política, el periodismo, la literatura, entre otros. A lo largo de su vida se desempeña como parlamentario e intendente, ejerciendo gran influencia en la lucha por las libertades civiles, el progreso y la incorporación de Chile en la ruta de la modernidad, acciones que hicieron que su nombre quedara estampado en las páginas de la historia de los hombres notables del país.

    Nacido el 25 de agosto de 1831 en la ciudad de Santiago, proviene de una familia de personalidades destacadas. Es hijo de Pedro Félix Vicuña Aguirre, intelectual, periodista y crítico conservador chileno, conocido por ser el fundador del diario El Mercurio de Valparaíso, en 1827, y de Carmen Mackenna Vicuña. Sus abuelos fueron Juan Mackenna O’Reilly, general durante la Guerra del Pacífico y considerado como el creador del Cuerpo de Ingenieros Militares del Ejército de Chile, y Francisco Ramón Vicuña y Larraín, quien ejerció como vicepresidente de la república en 1829. Realiza sus estudios básicos en el Colegio de Cueto para después proseguir, como muchos de sus pares, en el Instituto Nacional y la Universidad de Chile. Sus incursiones en el ámbito público son tempranas: En 1849 publica el artículo de investigación titulado El sitio de Chillán de 1813, en el diario La Tribuna, donde aborda la confrontación entre los patriotas al mando de José Miguel Carrera y las fuerzas realistas. Pese a sus orígenes familiares, sus convicciones liberales van tomando cada vez más fuerza. Esto se expresa cuando se une a las filas del llamado Club de la Reforma y la Sociedad de la Igualdad, junto a Santiago Arcos y Francisco Bilbao, en una clara afrenta contra el gobierno conservador. Disuelta la organización, por efecto de la arremetida de las fuerzas oficialistas, muchos de sus miembros pasan a la clandestinidad; sin embargo, toma las armas junto a su padre y hermanos en el motín de Urriola de 1851, luego de cuyo fracaso es capturado, decretándose la condena a muerte por su participación en la insurrección. Disfrazado de mujer logra escapar de la cárcel junto a José Miguel Carrera Fontecilla, hijo del prócer del mismo nombre. Se une al alzamiento armado en La Serena, en la Revolución de 1851, en contra del mandato de Manuel Bulnes, encontrando una derrota aplastante que lo obliga a huir hacia Valparaíso para embarcarse a la ciudad de California, en Estados Unidos, lo que constituirá el primero de sus exilios. Durante este periodo se dedica principalmente al comercio, pero también recorre gran parte del país, conociendo de primera fuente las turbulencias político-sociales de la fiebre del oro, en pleno auge por esos años. Luego se traslada a Europa, pasando por Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania, Italia y España. Sin embargo, el recuerdo de la patria lejana y el panorama poco alentador que observó en su paso por el extranjero le hicieron volver a Chile al cabo de tres años.

    El testimonio de su periplo por tierras extranjeras queda registrado en Páginas de mi diario durante tres años de viajes, de 1856, publicación donde describe pormenorizadamente los lugares que conoció desde múltiples ángulos. Economía, política, literatura y actividades culturales, se despliegan en la pluma de Vicuña Mackenna, llegando incluso a analizar la personalidad de los habitantes de las numerosas ciudades donde se estableció. “...si una preocupación desarraigada, una exageración esclarecida, un error de menos, una idea nueva desarrollada, aparecen al espíritu del que lea estos ensayos o arranquen al joven corazón de las generaciones a que yo pertenezco [...] un impulso santo de justicia, del honor y del bien, su verdadero objeto quedará realizado”, dirá el joven autor en el prefacio de su obra. En octubre de 1855 regresa a Chile y se incorpora nuevamente a la facción política opositora al gobierno conservador. También participa como secretario de la Sociedad de Instrucción Primaria y en la Sociedad de Agricultura. En 1857, mismo año en que completa sus estudios de leyes en la Universidad de Chile, publica El ostracismo de los Carrera, apasionada obra destinada a narrar las hazañas de los hermanos en lo que denomina: un “episodio de la independencia de Sudamérica”, título que posee el mérito de fundamentar sus letras con gran rigor documental, incluyendo entrevistas recopiladas por el autor. La voz de los liberales opositores al mandato de Manuel Montt se hace presente fuertemente en el periódico La Asamblea Constituyente, fundado en 1858 por Vicuña Mackenna. Aquí sus escritos, junto a los de figuras notables como Manuel Antonio Matta, Francisco Marín Recabarren, Isidoro Errázuriz, Rafael Vial, entre otros, arremeten contra la constitución de 1833 y proponen la formación de una asamblea constituyente, bajo la convicción de la urgente necesidad de dar a Chile una carta fundamental plenamente democrática. Estas acciones, junto a su apoyo a la derrotada Revolución de 1859 liderada por Pedro León Gallo, le valen caer detenido, ser encarcelado por un año y luego expulsado del país. Del periodo que pasa tras las rejas es su obra Mi diario de prisión, donde promueve el que la élite liberal sea la encargada de conducir el proceso revolucionario, desestimando la fusión liberal-conservadora que había surgido como respuesta ante el totalitarismo del gobierno en curso. También continúa con la redacción de Historia de los 10 años de la administración de Don Manuel Montt, que se publicaría tres años más tarde, donde relata con profundo detalle la guerra civil de 1851, y donde se lee: “Soy, y lo confieso, el soldado de una causa generosa y desdichada. Simpatizo con ella desde el fondo de mi corazón, como la deidad de mi juventud y de mis sacrificios, y la guardo además como una sagrada herencia de mis mayores. Me acuso por esto de antemano de este género de parcialidad que a nadie daña, porque es hija solo del entusiasmo y del amor”.

    El segundo exilio lo lleva a Inglaterra en compañía de los hermanos Guillermo y Manuel Antonio Matta, además de otros tantos revolucionarios condenados por las fuerzas conservadoras, a bordo de la Luisa Braginton, embarcación inglesa que operó como prisión flotante para los desventurados liberales. “La vista del buque y de la cámara, que parecía un sepulcro, nos fastidió un poco. Pero yo estaba solo preocupado por la despedida de mis hermanos y de mis recuerdos. A ellos viví entregado durante todo el viaje, pero principalmente en los primeros días, en que fueron mi sueño constante, despierto y dormido”, señalaría más adelante Vicuña Mackenna sobre su experiencia rumbo a tierra británica. Gracias a una escala en el archipiélago Juan Fernández, desarrolla un profundo interés por la historia de las islas, el cual queda plasmado en la obra Juan Fernández: historia verdadera de la isla de Robinson Crusoe, que ve la luz en 1883. Aquí el autor despliega su pluma combinando la escritura documental con un estilo narrativo propio de la literatura, recurso que, en lo sucesivo, se hará presente en gran parte de sus investigaciones históricas. Durante el periodo en el que reside en Europa, que abarca un lapso de tres años, el intelectual pone prácticamente todos sus esfuerzos en la investigación; por ello, gran parte de su tiempo lo dedica a las bibliotecas de Inglaterra, Francia y España, rescatando material sobre Chile que constituirá la base de sus posteriores investigaciones históricas. Este trabajo documental lo complementa hacia 1860, momento en que se traslada a Perú y establece relación con Pedro Demetrio O'Higgins, hijo de Bernardo O'Higgins, quien le hace entrega de valiosos papeles sobre la independencia del país vecino y la vida de su padre. Con el arribo a la presidencia de José Joaquín Pérez, regresa a suelo nacional y se reintegra rápidamente a la vida pública. En 1862 es nombrado miembro de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile y da inicio a su carrera como periodista en la redacción de El Mercurio de Valparaíso, continuando su labor de publicación de textos de carácter histórico, pero donde puede apreciarse con claridad su punto de vista liberal. Además, desde 1864, se convierte en diputado en tres ocasiones: primero por el departamento de La Ligua, luego por Valdivia y finalmente Talca. Durante este tiempo integra las comisiones de Gobierno, Relaciones Exteriores y Educación y Beneficencia. Por otro lado, con encendidos discursos, declara sus ideas anticlericales y se erige como defensor del americanismo. Durante sus aproximadamente veinte años en el Parlamento, trabajó en materias como educación, relaciones exteriores, agricultura y obras públicas, cosechando un amplio reconocimiento político, pero también tenaces detractores. Dedica gran atención a la inmigración, la ocupación de la Araucanía y la seguridad ciudadana.

    En 1863 Benjamín Vicuña Mackenna publica la segunda parte de su Introducción a la Historia de los 10 años de la administración Montt, donde dedica sus letras a la figura de Diego Portales Palazuelos, un personaje especialmente controversial en la historia nacional. Aquí, notablemente influido por sus ideas políticas liberales, el autor realiza un profundo recorrido por la vida del conservador, elogiando con desbordante entusiasmo su devoción hacia la república y, desde su perspectiva, su “arduo culto de la verdad, en un país que siempre rindió, dura confesión, el más extraño acatamiento a la vil hipocresía”. “¿Fue Portales pelucón? ¿Fue pipiolo? [se pregunta Vicuña Mackenna, sentenciando:] Don Diego Portales, es verdad, tuvo por aliado el bando histórico de los pelucones, pero nunca fue su caudillo [...] Los partidos continuarán todavía largos e ingratos años disputando sobre la mortaja o el bronce que ha reproducido las facciones de la víctima del Barón, su grandeza o sus errores. Pero, en los venideros siglos, cuando las pasiones y los hombres descansen en el mismo osario, no quedando en pie de todas sus efímeras luchas sino el único sentimiento que sostiene y engrandece a los pueblos: el amor a la patria, el nombre de Portales será perdonado de sus errores y su memoria, limpia entonces de toda sombra, brillará alta y justificada, porque si fue tirano, también fue mártir, y nunca dejó de ser chileno”. Y es que el liberal reconoce en la polémica figura las características de un verdadero republicano, el cual habría puesto todos sus empeños en el asentamiento de las bases institucionales y administrativas del país, dotándolo de una estabilidad que no había conocido precedentes desde su fundación, pese a que el llamado orden portaliano, expresado de manera ejemplar en la Constitución de 1833, además de acometer una despiadada persecución hacia los opositores, contenía una fuerte orientación hacia la facilitación de los movimientos económicos de la élite por sobre el ideal de la patria. 

    Por otro lado, las tensiones entre las naciones del sur y los colonos españoles llegaron, en 1865, al conflicto bélico. La llamada guerra hispano-sudamericana, que congregó a Chile, Perú, Ecuador y Bolivia, despierta en Vicuña Mackenna sus declaradas convicciones americanistas. En este contexto, es enviado en misión diplomática secreta por parte del gobierno de José Joaquín Pérez a Estados Unidos, donde lleva a cabo un intenso activismo a favor de la independencia de las jóvenes naciones del sur. Para esto crea en Nueva York La voz de América, que se constituye como “un periódico político que sirviera no solo de paladín a la causa de Chile, sino de vehículo a todas las aspiraciones e intereses de nuestras repúblicas hermanas, sin exceptuar al entonces desgraciado y desvalido México ni a las pequeñas repúblicas centroamericanas”, según se lee en la obra Diez meses de misión a los Estados Unidos de Norte América como agente confidencial de Chile, de 1867.

    De regreso en Chile, ese mismo año, contrae matrimonio con su prima, Victoria Subercaseaux, y es elegido como diputado por Valdivia. También es nombrado secretario general de la Exposición Agrícola. En 1870 realiza un viaje a Europa, donde continúa con sus labores de historiador, trayendo consigo setenta volúmenes de documentos del Archivo de Indias. En 1872 es nombrado intendente de la ciudad de Santiago por parte del presidente Federico Errázuriz Zañartu. Desde este cargo público, Vicuña Mackenna se propone abordar la problemática urbana desde sus ideales de progreso y modernización, con la finalidad de levantar la “París de América”. Y es que, desde su fundación, la capital nacional seguía conservando, a grandes rasgos, su aspecto y distribución colonial, característica que se alejaba mucho del modelo de las metrópolis del mundo que el liberal había conocido en sus numerosos viajes, especialmente a Europa. Los pilares fundamentales del proyecto, del que se espera que sirva como modelo para el resto de las ciudades chilenas, dicen relación con el desarrollar toda la infraestructura para gobernar, producir y facilitar el comercio. En este sentido, la urbe debía contar con plazas y parques públicos, calles amplias que redujeran los tiempos de circulación, espacios limpios y libres, donde, además, pudiera controlarse eficazmente el movimiento de la población. De este impulso modernizador son el paseo del cerro Santa Lucía, la canalización del río Mapocho, la extensión de la red de aguas y alumbrado público y el denominado Camino de cintura, que establecía los límites urbanos separando la capital de los arrabales. Esta visión modernizante encuentra gran respaldo económico gracias a los ciclos mineros de la plata y el cobre. Iniciativa que, si bien queda inconclusa, abriga, en palabras de Vicuña Mackenna “la esperanza de una cooperación suprema que redima de una manera definitiva a la capital de la república de los males que periódicamente la afligen; que coloque las diversas clases de su población en las condiciones de todas las sociedades cultas y cristianas; que le proporcione todas las mejores higiénicas de que, bajo el clima más sano y más hermoso de la tierra, es susceptible, y por último, que le permita disfrutar de todas las comodidades y embellecimiento que hoy son todavía medianamente posibles, no obstante la incuria de varios siglos”. La visión del inspirado intendente permitió que, en lo sucesivo, los ingresos empresariales y fiscales producto del desarrollo de la industria del salitre, la agricultura y la minería del carbón pudieran continuar con la transición reformadora de la ciudad. Esto se vio reflejado en la aparición de nuevos barrios, edificios públicos y grandes casas para la elite local. El impacto social de las obras realizadas le da tal popularidad que surge casi espontáneamente su proclamación como candidato a la presidencia para las elecciones de 1876. Inicia así su campaña de los pueblos con gran éxito; sin embargo, termina retirando su postulación en favor de Aníbal Pinto, representante de la Alianza Liberal, en medio de graves tensiones con la administración de la época.

    Si bien su aventura hacia el sillón presidencial no prospera, su actividad política no cesa, pues es elegido senador por Coquimbo. Desde esta tribuna asume un rol activo en apoyo de la causa chilena en la Guerra del Pacífico. En una sesión secreta del Senado, fechada el 24 de marzo de 1879, el intelectual declara: “La guerra viene, pues, y ya golpea a nuestras puertas con el ruido del cañón. Es preciso ser sordo para no sentir sus pasos y demasiado perezosos y demasiado culpables para esperar que los aplazamientos, las misiones y los recados por el cable puedan estorbar la consumación de un hecho que ya está consumado”. Así, recurriendo a sus dotes de periodista, procura informar a la población sobre las avanzadas del conflicto en las páginas de El Mercurio de Valparaíso, El nuevo ferrocarril, La Patria, La Nación de Valparaíso y en la revista Veintiuno de mayo de Iquique. En la misma línea, publica una obra general dividida en cuatro volúmenes. El primero, llamado Episodios marítimos, cuenta la historia de la corbeta Esmeralda hasta su último combate; el segundo y tercero, que llevan por título Historia de la campaña de Tarapacá e Historia de la campaña de Tacna y Arica 1879-1880, respectivamente, abordan los enfrentamientos previos a la toma del Morro de Arica; y, finalmente, Historia de la campaña de Lima, que describe la campaña de ocupación de la capital vecina y que el autor define como “la parte más viva, más interesante y más dramática de esos anales militares”. También publica Álbum gráfico de la Gloria de Chile, donde se exponen biografías de soldados y marinos caídos en la reciente guerra, a modo de enaltecer la figura del héroe militar entre la población. “En Iquique se cebó la muerte en el heroísmo. Ciento cincuenta hombres sublimes escoltaron en su camino hacia la inmortalidad a Prat, a Serrano y a Riquelme”, refiere en sus páginas. Pero además llevó a cabo labores concretas en favor de los combatientes, creando instancias destinadas a socorrer a las madres, viudas, hermanas e hijos de los soldados muertos. Entre ellas destaca la Sociedad Protectora de Santiago, organización donde desempeñó funciones junto a su esposa y familiares. 

    Durante los últimos años de su vida, Benjamín Vicuña Mackenna, junto a su esposa, Victoria Subercaseaux, optaron por retirarse de la vida pública en un fundo de Santa Rosa de Colmo, ubicado en el Departamento de Quillota, a orillas del río Aconcagua, propiedad que había sido adquirida como herencia de su suegro. Es allí donde, el 25 de enero de 1886, le sobreviene la muerte, dejando tras de sí un legado especialmente amplio, espejo de sus múltiples facetas, todas ellas ancladas a su ideal de progreso para que la república entrara en plena forma en el nuevo escenario que imponía la modernidad. La clase política e intelectualidad del país le rinden un último homenaje en uno de los funerales públicos más concurridos que se recuerden en la historia nacional.


Escrito para el programa radial Barco de papel.

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