Visión sinóptica de José Victorino Lastarria
Abogado, académico, diplomático, activo político e inquieto literato, José Victorino Lastarria es considerado uno de los intelectuales liberales chilenos más destacados del siglo XIX. Nace en la ciudad de Rancagua el 22 de marzo de 1817, siendo hijo de Francisco de Asís Lastarria y Cortés, desventurado empresario minero, y Carmen Santander Bozo. Inicia sus estudios en tierra natal para luego trasladarse al Liceo de Chile, institución de muy corta vida y pionera en la enseñanza del derecho constitucional. Posteriormente ingresa al Instituto Nacional, donde su interés en diversas materias lo lleva por el camino de las ciencias y el derecho, esto último muy influenciado por el pensamiento de Andrés Bello, cuestión que se consolida más adelante con el recibimiento de los títulos de geógrafo y abogado por parte de la Universidad de San Felipe, posterior Universidad de Chile, y el Instituto de Leyes y Sagrados Cánones en el año 1839. Habiendo jurado ante la Excelentísima Corte Suprema, toma a su cargo la cátedra de Legislación de Derecho de Gentes en el Instituto Nacional, donde asumió una postura explícita en la defensa del pensamiento liberal, manifestándose contra la tradición colonial y subrayando la necesidad de reformas políticas radicales que dieran origen a un nuevo Chile, que tomara distancia de la herencia española, en un proceso que en toda propiedad puede definirse como una descolonización cultural. Mucho de sus planteamientos iniciales los deja ver en el Discurso de Incorporación a la Sociedad Literaria de 1842, donde fue convocado para ejercer como director. En esta alocución, Lastarria abre los fuegos con una decidida interpelación a la vanguardia de la época: “Nuestros padres [dice el autor] no labraron el campo en que echaron la democracia porque no pudieron hacerlo, se vieron forzados a ejecutar sin prepararse, pero la generación presente, más bien por instinto que por convencimiento, se aplica a cultivarlo; parece que se encamina a completar la obra”. Y es que, a sus ojos, la estabilidad de la joven nación no se lograba mediante el mero engrosamiento de la fortuna de las clases acomodadas, en desmedro del alicaído pueblo, sino que debía existir una comunión entre los diferentes sectores de la sociedad. “La riqueza [acusa] nos dará poder y fuerza, mas no libertad individual, hará respetable a Chile y llevará su nombre al orbe entero, pero su gobierno estará bamboleándose, y se verá reducido a apoyarse por un lado en bayonetas, por el otro en montones de oro, y no será el padre de la gran familia social, sino su señor; sus siervos esperarán solo una ocasión para sacudir la servidumbre, cuando si fueran sus hijos las buscarían para amparar a su padre. Otro apoyo más requiere la democracia, [este es] el de la ilustración […] La democracia, que es la libertad, no se legitima, no es útil ni bienhechora, sino cuando el pueblo ha llegado a su edad madura”. Sus palabras constituyen una verdadera afrenta hacia el mandato de Manuel Bulnes Prieto y el ideario conservador que lo sostiene.
“Me llamáis para que os ayude en vuestras tareas literarias, pero yo quisiera convidaros antes a discurrir acerca de lo que es entre nosotros la literatura”, declara Lastarria, abriendo el camino al establecimiento de una declaración de principios con respecto al compromiso social que debiese asumir el mundo de las letras. “No debemos [continúa] pensar solo en nosotros mismos, quédese el egoísmo para esos hombres menguados que todo lo sacrifican a sus pasiones y preocupaciones: nosotros debemos pensar en sacrificarnos por la utilidad de la patria. Hemos tenido la fortuna de recibir una mediana ilustración, pues bien, sirvamos al pueblo, alumbrémosle en la marcha social para que nuestros hijos la vean un día feliz, libre y poderosa”. Y es que para el autor la literatura es expresión de la sociedad, siendo el medio que revela de la manera más patente los diversos aspectos del devenir humano: las necesidades morales e intelectuales de los pueblos, el amplio espectro de las pasiones, los gustos, las opiniones, las inquietudes científicas, metafísicas, etc. En fin, las preocupaciones de toda una generación. Sin embargo, la realidad de la época es que no se cuenta con un corpus cultural sólido que establezca los cimientos para la nueva república, sino que el ideario del viejo mundo impuesto por el conquistador todavía se hace sentir con fuerza y violencia sobre las nacientes naciones del sur. “Cuando la España comenzó a perder los fueros y garantías de su libertad, cuando principió a erigir en crimen el cultivo de las bellas artes y las ciencias, que no se presentaban guarnecidas con los atavíos embarazosos del escolasticismo, y el santo oficio a perseguir de muerte a los que propalaban verdades que no eran las teológicas, entonces, Señores, empezó también a cimentarse en Chile el dominio del conquistador […] No bastaba privar a los americanos de la libertad de acción si no se les privaba también la del pensamiento. [Pero] numerosa es la juventud que con ansias recibe los preceptos de la sabiduría, y ya la patria pierde tiempo si no allana los obstáculos que entorpecen el provecho que puede sacar de tan laudable aplicación”, señala. Criticando fuertemente aquella literatura española capturada por la tradición despótica de sus gobernantes y la tiranía moral de la iglesia, Lastarria invita a los intelectuales a poner en marcha una auténtica literatura nacional, elogiando esfuerzos como los de Andrés Bello, que tanto en la academia como fuera de ella hacía circular nuevas ideas que iban desde el derecho hasta la crítica literaria, abordando también la filosofía, el teatro, la poesía, la gramática, la historia y geografía. Del conquistador critica una buena parte de su obra escrita, pero agradece profundamente el don de la lengua misma, la que considera poseedora de “un habla que anuncia los progresos de la razón, rica y sonora en sus terminaciones, sencilla y filosófica en su mecanismo”.
La literatura que promueve Lastarria es una que se funda en la independencia, en la libertad del genio intelectual y que rechace de plano “la crítica menguada que pretende dominarlo todo”. Pero que se asiente en la verdad y la moderación. “No es mi ánimo [aclara en su alocución] inspiraros aversión por las reglas del buen gusto, por aquellos preceptos que pueden considerarse como la expresión misma de la naturaleza, de los cuales no es posible desviarse sin obrar contra la razón, contra la moral y contra todo lo que pueda haber de útil y progresivo en la literatura de un pueblo”. En este sentido, el recién nombrado director de la Sociedad Literaria de 1842 hace una defensa de lo nuevo en virtud de la construcción de la identidad de la república, pero sin rechazar el ingenio humano que ha venido desarrollándose a lo largo de la historia, y que puede ser encontrado en las más grandes obras de la literatura universal, que va desde los clásicos antiguos hasta los revolucionarios franceses, en quienes veía una verdadera nueva escuela del pensamiento. “Es preciso [dirá ya en las palabras finales de su discurso de incorporación] que la literatura no sea del exclusivo patrimonio de una clase privilegiada, que no se encierre en un círculo estrecho, porque entonces acabará por someterse a un gusto apocado a fuerza de sutilezas”. “La literatura [sostiene, citando al intelectual francés Nicolas Louis Marie Artaud] debe dirigirse a todo un pueblo, representarlo todo entero, así como los gobiernos deben ser el resumen de todas las fuerzas sociales”. Si bien la Sociedad Literaria de 1842 tuvo una corta existencia, desde el 3 de marzo de 1842 hasta el 1 de agosto de 1843, según consta en sus actas, el trabajo intelectual llevado a cabo en sus más de ochenta sesiones encuentra pocos paralelos en la historia nacional. Aquí no solo se discute sobre tópicos literarios y estéticos, sino que también se abordan materias de índole filosófica, política e histórica, siendo el lugar donde se forjaría una buena parte del proyecto de la modernidad para Chile. Pero José Victorino Lastarria no agota sus inquietudes en la Sociedad Literaria. En 1844, por petición de Andrés Bello, el intelectual presenta su trabajo de memoria titulado Investigaciones sobre la influencia social de la conquista y del sistema colonial de los españoles en Chile, ante el consejo general de académicos de la Universidad de Chile, ocasión en que el autor denuncia públicamente el estancamiento cultural del país por influencia de la colonización española, que operaba en el ámbito religioso y de gobierno, apuntando sus dardos hacia el clasismo de la institución del cabildo y el autoritarismo legitimado en la Constitución de 1833. En este documento Lastarria desliza una tesis interpretativa de los orígenes de la sociedad chilena, a la par de seguir un método historiográfico para construirla.
José Victorino Lastarria, en tiempos en que es nombrado diputado suplente por Parral y Elqui, inicia la publicación de El Crepúsculo, “periódico literario y científico” considerado fundacional de las letras chilenas. El semanario hizo las veces de aparato de difusión de las reflexiones tanto de la Sociedad Literaria de 1842 como del Movimiento Literario del mismo año, reuniendo a numerosos intelectuales afines a las ideas liberales de la primera mitad del siglo XIX. Según el investigador Bernardo Subercaseaux: “la literatura es para ellos parte de la actividad política y esta parte de la actividad literaria". Entregas notables en este espacio son la Teoría del entendimiento, de Andrés Bello, Sociabilidad Chilena, de Francisco Bilbao, y El mendigo, del propio Lastarria, que cuenta la historia de un personaje que emprende una contundente crítica a los abusos de la Colonia, exaltando el ejercicio de la vocación patriótica, conviviendo armónicamente con la naturaleza, elementos que dejan ver la influencia que sobre el autor ejerció la ética y la estética del romanticismo europeo. También publica Elementos de derecho público constitucional, de 1846, y Bosquejo histórico de la Constitución del Gobierno de Chile, de 1847. Al año siguiente funda el periódico Revista de Santiago. En sus primeros años enciende la polémica con el artículo El manuscrito del diablo, presentado por Lastarria como “destinado a condenar vicios de carácter, hábitos antisociales, malas pasiones y preocupaciones antidemocráticas”, cuestión que ofendió especialmente al sector conservador, el cual presionó para el cierre del periódico. Posteriormente, ya sin Lastarria como director, aunque sí como colaborador, siguió otorgando una vitrina a autores notables como Andrés Bello, los hermanos Amunátegui, los Matta, Guillermo y Joaquín Blest Gana, Pérez Rosales, Ignacio Domeyko, Humboldt, entre otros, quienes consideraban el conocimiento como el motor del progreso. Entretanto, elegido como diputado por Rancagua en 1849, encabeza una oposición feroz desde el parlamento contra el gobierno de Manuel Bulnes, organizando el llamado Club de la Reforma, cuyo propósito es abrir el sistema político incorporando a la ciudadanía al proceso de toma de decisiones. Asimismo, redacta, junto a Federico Errázuriz Zañartu, sus Bases de la reforma, programa político que nace como respuesta a la designación de Manuel Montt, férreo defensor de la Constitución de 1833, para presidir el país. En este periodo establece unidad de propósito con la Sociedad de la Igualdad, apoyando la Revolución de 1851 que se proponía evitar el arribo de Montt. Consecuencia de esta avanzada es una aplastante derrota para los liberales, ente los cuales se encontraban personalidades de la talla de Santiago Arcos y Francisco Bilbao, y la expulsión de Lastarria hacia Lima, Perú, pudiendo regresar a Chile luego de tres años, retomando su actividad política hacia 1855.
Ese año es elegido como diputado por la ciudad de Copiapó y Caldera; asimismo, ofició en el negocio de la industria minera. Se traslada posteriormente a Valparaíso, donde se mantuvo ejerciendo labores como abogado y apoyando las movilizaciones en contra del gobierno conservador. Publica Miscelánea literaria, donde reúne ensayos de novela histórica y cuadros de costumbres. También sale a la luz su comentario a La Constitución Política de la República de Chile. Hacia 1858, ahora como diputado por Valparaíso, apoya la fusión liberal-conservadora que apostaba por la candidatura de José Joaquín Pérez como candidato de consenso, pero que también permitía un avance importante para las ideas liberales en la medida en que tal sector habría de hacerse parte del gobierno, lo que facilitaba el empuje de sus propias reformas. De este tiempo es su título Peregrinación de una Vinchuca, donde, en modo alegórico, el autor hace una crítica a las fuerzas que por ese entonces impiden la laicización del país, valiéndose para ello de la religión, la superchería y los apetitos materiales. Todo esto es narrado por una vinchuca que desciende a los infiernos en compañía del demonio Adel. Figuradamente se expresan en esta obra las tensiones que terminarían por deshacer la fusión liberal-conservadora aproximadamente una década más tarde. También funda el Círculo de Amigos de las Letras, que establece un puente con la Sociedad Literaria de 1842 en el sentido de fomentar una literatura nacional. A comienzos de la década de 1860, habiendo sido elegido como decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, publica Don Diego Portales: juicio histórico, una incisiva revisión sobre el personaje, y su obra Don Guillermo, donde, nuevamente en clave alegórica, realiza una crítica a la fusión liberal-conservadora, repasando también el actuar de todos los gobiernos que existieron después de la Constitución 1833. El relato se centra en el viaje de Don Guillermo por el país de Espelunco (anagrama de pelucones), al que entra en 1828 y del que logra escapar recién hacia 1841. Se trata de un lugar donde elementos fundamentales como la libertad y la justicia se encuentran gravemente alterados, cuestión que impide la realización amorosa entre el personaje y su añorada Lucero. Sin embargo, fuera de la ficción, el panorama parecía favorable para los liberales, pues José Joaquín Pérez resulta electo. Aquí Lastarria participa en su gobierno asumiendo como ministro de Hacienda, luego enviado extraordinario plenipotenciario en Argentina, Uruguay y Brasil, además de ser destinado como embajador en Perú. No obstante, hacia 1864 se distancia del gobierno en ejercicio y critica duramente la gestión de Pérez, rompiendo definitivamente con la fusión política de 1958, cuestión que se consolidaría con su oposición a Federico Errázuriz Zañartu, representante de la alianza que se convertiría en presidente en 1871.
En 1867 es elegido diputado por La Serena, mismo año en que publica la obra La América, grueso volumen que repasa de forma exhaustiva la relación del nuevo mundo con Europa, sus revoluciones, guerras y la situación actual del continente. Tres años más tarde vuelve a ser elegido como diputado, esta vez por San Carlos y Quillota, momento en el que es honrado como miembro correspondiente de la Real Academia Española, cuestión que allanaría el camino para la formación de la Academia Chilena de la Lengua, fundada quince años después, donde Lastarria ocuparía el puesto de director. El compromiso con la cultura del intelectual se muestra en todo su esplendor con la fundación de la Academia de Bellas Letras en 1873, agrupación que dirige bajo la convicción de que “el cultivo del arte literario […] debe corresponder a la verdadera idea de progreso positivo de la humanidad”. Sus miembros se distribuyen en tres secciones: ciencias, sociología y bella literatura, las que de manera transversal se ocupan también de “la promoción del estudio y perfeccionamiento del idioma”, tal como figura en sus estatutos. Entre sus miembros destacan figuras notables, como Diego Barros Arana, Miguel Luis Amunátegui, Benjamín Vicuña Mackenna, Manuel Antonio Matta, Augusto Orrego Luco, Rosario Orrego, entre otros. Al año siguiente publica Lecciones de política positiva, donde trabaja desde la idea de la ciencia política, su método y clasificación, hasta las nociones de la época sobre la evolución social, su organización y una teoría del Estado. También funge como ministro de la Corte de Apelaciones y es elegido senador por Coquimbo, siendo designado más adelante como ministro del Interior, en el mandato de Aníbal Pinto. Bajo su gestión se inaugura el Diario Oficial, donde en su editorial del primer número se lee: “El Diario, será ni más ni menos […] el resumen claro y metodizado de todo el movimiento oficial, comprendiéndose en esta palabra no solo la acción del departamento Ejecutivo, sino también los del Legislativo y Judicial. El país sabrá día a día lo que su Gobierno decreta y administra; lo que recibe del contribuyente y lo que devuelve en forma de seguridad, de fomento y remuneración de los servicios públicos”, declaración de principios que se alinea con la idea de un gobierno que de cuenta de su actuar ante la ciudadanía en una relación de reciprocidad. En este punto José Victorino Lastarria mira en retrospectiva su vida y decide publicar sus memorias bajo el título de Recuerdos Literarios, donde aborda su historia intelectual y política, pero la contingencia seguiría exigiéndole su talento al servicio del país: en 1878 es designado como Ministro Especial en Río de Janeiro, con el objetivo de, ni más ni menos, evitar la participación de Brasil en la Guerra del Pacífico, tarea que terminó exitosamente. En 1883 es designado ministro de la Corte Suprema de Justicia. Finalmente fallece el 14 de junio de 1888, habiendo dado al país una de las figuras intelectuales más relevantes del siglo XIX.
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