Visión sinóptica de Vincent van Gogh
Cuando se pronuncia el nombre de Vincent van Gogh inmediatamente aparece en nuestra mente su obra plástica. La noche estrellada, el Puente Langlois de Arlés, su celebrado Autorretrato y sus característicos girasoles son parte del imaginario universal en lo que a la historia de la pintura se refiere. Sin embargo, menos conocido es su pensamiento, el cual fue mutando a través de los años no solo al ritmo de sus progresos como artista, sino también a partir de las numerosas experiencias que calaron hondo en su vida y que, en definitiva, constituyen la base de su producción pictórica.
Vincent Willem van Gogh nace el 30 de marzo de 1853 en el municipio de Zunert, Países Bajos. Hijo del pastor protestante Theodorus van Gogh y su esposa, Anna Cornelia, es bautizado con el mismo nombre que el matrimonio había otorgado a su hijo nacido muerto justo un año antes. Fue el mayor de seis hermanos, teniendo una relación especialmente estrecha con Theo, con quien mantendría un intercambio epistolar permanente aun después de que ambos separaran sus caminos de vida. Luego de una infancia repleta de sinsabores y un paso accidentado por la educación formal, deja sus estudios a la edad de quince años, tiempo durante el cual muestra una incipiente inclinación hacia la pintura. Su acercamiento a este ámbito lo realiza cuando comienza a trabajar como aprendiz en la delegación de la galería de arte Goupil & Company, en La Haya. Por esta época pudo presenciar la obra de Jean-François Millet, quien ejercería gran influencia en el futuro artista, recordando tal experiencia como una verdadera epifanía. Si bien este trabajo le sirve para ampliar su conocimiento sobre el mundo de la pintura y acceder a las principales exposiciones de la época, especialmente en París y en Londres, sus discrepancias en materia de criterio artístico con la compañía volvieron insostenible su permanencia, y en 1878 sería despedido. Su hermano Theo, sin embargo, haría carrera en la empresa, desempeñando funciones allí hasta sus últimos días. Para Vincent, este punto de inflexión lo llevaría a seguir el camino de un entusiasta fervor religioso. Sirve como ayudante en la prédica metodista y pasa varios meses intentando convertirse en teólogo, pero sus carencias en el conocimiento de las lenguas antiguas, su dificultad para expresarse en público y los serios problemas de adaptación al dogma terminan por jugar en contra de su propósito. En 1879 llega a las minas de Borinage en Mons, Bélgica, como misionero, donde por espacio de casi dos años, y con muchas carencias tanto materiales como espirituales, intenta evangelizar a los obreros de la zona. Su afiebrada vocación redentora produjo más bien rechazo en los lugareños, pero su acercamiento a la precariedad de los trabajadores de las minas inspira a van Gogh para representarlos a través del dibujo “de modo que estos tipos todavía inéditos o casi inéditos fuesen sacados a la luz”.
Fracasando en su cruzada evangelizadora, van Gogh rompe relaciones con la institucionalidad religiosa y decide dedicarse a las artes pictóricas. Para ese entonces, su hermano Theo ya le suministraba una suma de dinero para su mantención. Sus incursiones en el dibujo harían eco de su roce con las capas más modestas de la sociedad. En este sentido, su trabajo iría firmemente de la mano con la idea de testimonio, retratando la cotidianidad invisible del trabajador de las minas, el campesino y, en general, los modos de vida que no solían figurar sin cierto romanticismo en las altas esferas de las bellas artes. No obstante, el incipiente pintor tenía un largo camino por recorrer en lo que respecta a la técnica. Es mientras se encuentra radicado en La Haya cuando Antón Mauve, célebre acuarelista de la época y familiar de Vincent, le aconseja insistentemente que estudie la perspectiva en el dibujo. De esta época son las obras Los pobres y el dinero, Niña de rodillas delante de una cuna y Dolor, esta última inspirada en Clasina María Hoornik, alias Sien, una prostituta con evidentes secuelas traumáticas con quien mantuvo una relación por alrededor de un año. Dibujo que lleva la frase: "¿Cómo puede existir sobre la Tierra una mujer sola?". En una carta a su hermano de 1882, el autor señala: “Quería expresar algo acerca de la lucha por la vida, tanto en esa delgada y pálida figura femenina como en esas raíces negras y retorcidas con sus nudos”. Una vez terminada su relación con Sien, se traslada a Drente, en Países Bajos, donde hace una exploración en el paisajismo, alejándose de la influencia del dibujo de Jean-François Millet e incursionando en el uso del óleo. Nuevamente cambia de locación, pero esta vez lo hace acompañando a su familia en Nuenen. Aquí, retoma su interés por dar testimonio de la realidad, pero bajo una concepción del arte más acabada que ya venía trabajando desde su estancia en las minas de Mons: “El arte [dice van Gogh] es el hombre agregado a la naturaleza; la naturaleza, la realidad, la verdad, pero con un significado, con una concepción, con un carácter, que el artista hace resaltar, y a los cuales da expresión, que redime, que desenreda, libera, ilumina”. La serie de los tejedores, pintada entre 1883 y 1885, sirve de ejemplo de aquello que el artista logra resaltar: la dignidad del trabajador en medio de la dureza de las exigencias de una sociedad industrial, pero también el agotamiento del cuerpo atrapado en una lógica de producción sin fin. En este punto, tanto la técnica como la agudeza de la mirada del artista sobre su entorno muestran un progreso significativo. Con desventuras amorosas y la muerte de su padre a cuestas, se traslada a Amberes, no sin antes dejar como testimonio de esto último la obra Naturaleza muerta con Biblia, de 1885, donde el autor pone en el mismo plano la Biblia y La alegría de vivir, de Émile Zola, simbolizando las diferentes visiones del mundo que había entre él y su padre.
De Nuenen se traslada a Amberes, en Flandes, y se acerca a la pintura de Rubens, en quien reconocía una “manera franca de pintar, de trabajar con los medios más simples” y llevar al observador hasta la exaltación, pues “busca expresar y representar realmente […] una atmósfera de júbilo, de serenidad, de dolor”. Es el uso del color lo que llama la atención de van Gogh, a tal punto que los ecos de esta impresión se verán reflejados en lo sucesivo en sus propias obras. Hacia 1886 se mueve a París, junto a su hermano Theo, quien lo introduce en el mundo de los artistas independientes catalogados despectivamente en ese entonces como impresionistas por el pintor y grabador Louis Leroy. Aquí el autor consolida su viraje hacia el uso de una paleta más amplia de colores, incorporando también un empleo mucho más pronunciado de la luz, alejándose notoriamente del estilo cultivado durante su estadía en Mons. Por esta época se codea con artistas de la talla de Toulouse-Lautrec, Paul Cézanne, Armand Guillaumin y Paul Gauguin. Además, desarrolla una particular inclinación por el ukiyo-e, un característico estilo de xilografía nipona, respecto de la cual realiza un gran número de reproducciones. “Si se estudia el arte japonés [reflexiona van Gogh en una carta a Theo de septiembre de 1888], entonces se ve a un hombre indiscutiblemente sabio, filósofo e inteligente que pasa su tiempo ¿en qué? ¿en estudiar la distancia de la tierra a la luna? no; ¿en estudiar la política de Bismarck? no; estudia una sola brizna de hierba. Pero esta brizna de hierba lo lleva a dibujar todas las plantas; luego las estaciones, los grandes aspectos del paisaje […] ¿No es casi una verdadera religión lo que nos enseñan estos japoneses tan simples, y que viven en la naturaleza como si ellos mismos fueran flores? […] Y no se podría estudiar el arte japonés, me parece, sin volverse mucho más alegre y feliz. Nos es preciso volver a la naturaleza, a pesar de nuestra educación”.
Su acercamiento al impresionismo y al ukiyo-e le permiten al pintor hacer un profundo estudio de la luz, el color y la tonalidad. Aprende sobre la aplicación del contraste complementario que refuerza el tono o lo neutraliza al mezclarse con diferentes gradaciones de gris. También aplica estos aprendizajes al nivel de la composición, haciendo juegos de presentación frontal de ciertos elementos con decorados contrastantes que podían resaltarlos o bien integrarlos en un todo armónico. De este periodo es la famosa pintura Agostina Segatori sentada en el Café du Tambourin, el Retrato de Père Tanguy y su archiconocido Autorretrato. Si bien fueron años tremendamente fértiles en lo que a progresos artísticos se refiere, su estado mental ya iba mostrando los signos de un progresivo deterioro. Esto en principio como consecuencia de un consumo desmedido de alcohol y serios problemas nutricionales. “Comienzo a considerar la locura como una enfermedad como cualquier otra y acepto la cosa como tal”, diría más adelante.
A comienzos de 1888 Vincent van Gogh llega a Arlés, en la región francesa de Provenza. Su propósito es el de captar la luz y el color del Mediterráneo, emulando a los artistas del ukiyo-e, pero en suelo europeo. Sin ir más lejos, en una carta dirigida a su hermana Willemien van Gogh, el autor confiesa: “no necesito impresiones japonesas aquí, porque siempre me digo a mí mismo que estoy en Japón. Que como resultado sólo tengo que abrir los ojos y pintar delante de mí lo que me impresiona”. La influencia del arte oriental queda plenamente reflejada en obras como el Melocotonero en flor, Los descargadores en Arlés y El puente de Langlois, donde es posible apreciar una búsqueda de formas sintéticas y altos contrastes, con pinceladas gruesas y alargadas. Aquí la intensión apunta a plasmar el encuentro inmediato con el modelo y no la identidad exacta de aquello que se representa, pues, en palabras del neerlandés: “Se piensa más sanamente cuando las ideas surgen del contacto directo con las cosas que cuando se miran con el fin de encontrar tal o cual idea”. Por otro lado, también realiza un buen número de retratos, entre los que destaca La Mousmé, El campesino, El zuavo, El cartero Roulin y el Retrato de Eugene Boch. En esta última pintura se propone captar el espíritu romántico del artista belga tal como a van Gogh se le presenta. En este sentido, declara: "Quisiera hacer el retrato de un amigo artista, que tiene grandes sueños, que trabaja como canta un ruiseñor, porque es su naturaleza. Este hombre será rubio. Quisiera mostrar en mi cuadro mi aprecio, mi amor por él. De modo que lo pintaré tal cual, tan fielmente como pueda [...]. Detrás de la cabeza, en lugar de pintar el muro banal del mezquino apartamento, pinto el infinito, hago un fondo sencillo del más rico azul, el más intenso que pueda confeccionar y, mediante esta simple combinación, la cabeza rubia iluminada sobre este fondo azul intenso, se obtiene un efecto misterioso como la estrella en el cielo azul profundo".
Por esos años, van Gogh quiso fundar una colonia de artistas y, para ello, alquila unas habitaciones en lo que sería conocida como La casa amarilla, donde vive un tiempo junto al pintor Paul Gauguin. Si bien la aventura dio inicio con buenas perspectivas mediante intercambios de ideas sobre arte y un gran afecto, donde salen a la luz insignes obras como la serie de Girasoles, El dormitorio en Arlés o El sembrador a la puesta de sol, la relación comienza a deteriorarse severamente. El difícil temperamento de ambos y el cada vez más distante ideario sobre la pintura que defendía cada uno, termina en un alejamiento definitivo, marcado por el incidente de la mutilación de la oreja izquierda del neerlandés, tal como figura en su Autorretrato con oreja vendada. Si bien los antecedentes disponibles no permiten establecer claramente los hechos, lo cierto es que la amistad entre Gauguin y van Gogh nunca llegaría a recuperarse.
Mientras tanto, los problemas de salud mental del artista no hacían más que agudizarse. Desde los primeros meses de 1889 se vio en la necesidad de ingresar en diversos asilos psiquiátricos. Uno de ellos fue el de Sant Rémy de Provence, donde dispuso de dos habitaciones, una de las cuales ocupaba como taller. Sus modelos para ese entonces fueron los alrededores de la clínica y objetos de uso cotidiano, cuando su temor a sufrir crisis, que incluían accesos violentos de ira, delirios persecutorios e incluso alucinaciones, lo hacía recluirse en la seguridad que observaba entre las paredes del sanatorio. También pinta a partir de láminas con reproducciones de obras de grandes maestros. De aquí surge La piedad, basada en una obra de Eugène Delacroix con el mismo nombre, La resurrección de Lázaro, inspirada en Rembrandt y Mujer campesina magulladora de lino, tomada de La vigilia de Jean-François Millet. Las características formas onduladas en la pintura de van Gogh son de este periodo, donde La noche estrellada ha sido puesta en un lugar destacado en la historia del arte, pese a las aprensiones que el mismo autor tenía sobre la obra. En la serie de esta época, lo que se observa es no solo una parte del aprendizaje del ukiyo-e en lo que tiene que ver con el uso del color y la luz, sino también una especial sensibilidad hacia el movimiento, donde los elementos en la pintura participan todos de una vitalidad que al mismo van Gogh le resulta a veces abrumadora. En la pintura Trigal con cuervos, por ejemplo, se ha querido ver una especie de proyección del estado mental del autor, donde tanto la materialidad del campo como lo etéreo del cielo se presentan como azotados por la tempestad, y el ser viviente, representado por los cuervos, no puede sino someterse a la violencia de aquello que lo supera por completo. Se trataría de la “tristeza y soledad extrema” en medio de la inmensidad que confesaría en sus cartas a su hermano Theo durante sus últimos años.
En vida expone dos veces en el Salón de los Independientes, en la primera ocasión sin mucho entusiasmo: “Me da lo mismo participar o no, pero para no ser indiferente y no exhibir nada demasiado insensato, quizá la Noche Estrellada y el Paisaje con vegetación verde […] pueden darle a alguien la idea de hacer estos efectos nocturnos mejor que los que yo hago”, diría al respecto. El destino se encargaría después de ironizar con este pensamiento. Hacia 1890 expone con el grupo belga de Los 20, ocasión en la que su arte es duramente criticado, sin embargo, en su defensa, recibe un apoyo incondicional por parte de Toulouse-Lautrec y Paul Signac. Fuera de las galerías, su salud empeora con crisis cada vez más prolongadas. Deja la clínica y se traslada a Auvers-sur-Oise, donde conoce al médico y aficionado a las artes Paul Gachet, amigo de Theo, quien lo visitaría regularmente. Este periodo sería especialmente intenso en lo que a producción de obras se refiere. Una serie de retratos del referido y su hija son pintados en estos tiempos de relativa tranquilidad.
Vincent van Gogh, cuya obra, contando pinturas, grabados y dibujos, alcanza la descomunal cantidad de casi 2000 piezas, realizadas en un margen de más o menos cinco años, según el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, sufre una profunda crisis nerviosa en el mes de febrero de 1890, dando lugar a un acelerado proceso de deterioro. Continua su trabajo saliendo regularmente a pintar a los campos; sin embargo, el día 27 de julio se le observa regresar caminando con inusual dificultad a sus habitaciones. Esto debido a un impacto de bala en el pecho que se hallaba alojada en el estómago por efecto del desvío al chocar con una costilla. Adeline Ravoux, encargada de la posada donde el pintor alojaba, comenta que habría confesado su intención de suicidio y, frente al interrogatorio efectuado por los gendarmes del lugar, van Gogh habría dicho: “mi cuerpo es mío, soy libre de disponer como quiera de él, así es que no busquen culpables: soy yo quien busca la muerte”. Finalmente, el malherido artista no resiste más y muere el día 29 de julio de 1890 en compañía de su hermano Theo y el doctor Gachet, que nada pudieron hacer por salvarle la vida.
Si bien es cierto que lo que se conoce de la vida de van Gogh transita entre la certeza y la leyenda, mucho de la especulación que gira en torno al pintor se sostiene en datos débilmente comprobables. Tal es el caso de la hipótesis del disparo accidental por parte de un tercero como su causa de muerte o las atribuciones de su genio artístico a su condición de salud mental, donde el anacronismo diagnóstico ha gastado atrevidamente demasiada tinta y papel. Quizás no sean ni médicos ni detectives los llamados a hacerle justicia a la personalidad del autor. Tal vez son las mismas artes las que nos ofrezcan su mejor retrato. Antonin Artaud, en su ensayo Van Gogh, el suicidado por la sociedad, dijo sobre el pintor neerlandés: “¿Y qué es un verdadero alienado? Es un hombre que elige volverse loco —en el sentido en que se usa socialmente la palabra— antes que traicionar un pensamiento superior de la dignidad humana. Por ese motivo la sociedad se sirve de los asilos para amordazar a todos aquellos de los que quiere deshacerse o defenderse, por haberse negado a convertirse en cómplices de las más grandes porquerías […] ¡Para qué describir una pintura de Van Gogh! Ninguna descripción que quienquiera que se haya intentado se podrá equiparar al sencillo orden de objetos naturales y de tintas en las que se entrega él mismo, tan grandioso escritor como pintor y que en relación a la obra que describe transmite el impacto de la más desconcertante autenticidad […] ¿Dónde se encuentra el lugar del yo humano? van Gogh a lo largo de toda su vida buscó el suyo con excepcional energía y decisión. Y no se suicidó en una crisis de locura por la desesperación de llegar a encontrarlo, por el contrario, acababa de encontrarlo y descubrir quién era él mismo, cuando la conciencia unánime de la sociedad, para vengarse y castigarlo, por haberse alejado de ella, lo suicidó”.
Escrito para el programa radial Barco de papel.
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