Visión sinóptica de Jorge Luis Borges

 


    Jorge Luis Borges nace el 24 de agosto de 1899 en la ciudad de Buenos Aires. Fueron las calles Tucumán y Serrano las que oficiarían como testigo de los primeros años de su infancia. Su padre fue un abogado que había estudiado la disciplina del derecho junto al escritor Macedonio Fernández. También había sido un gran lector con claras pretensiones literarias; sin ir más lejos, tuvo a su haber la creación de la novela El caudillo, de 1921, tradujo al castellano la versión de Edward Fitzgerald del libro Rubaiyat de Omar Khayyam. De él obtiene el joven Jorge Luis su formación en las letras, la filosofía y la política, donde el ideario de esta última estaba ligado a la corriente anarquista. No obstante, serán las enseñanzas sobre la poesía lo que recordará con mayor énfasis: “Él me reveló el poder de la poesía: el hecho de que las palabras sean no sólo un medio de comunicación sino símbolos mágicos y música”, dirá años después. Por otra parte, su madre fue Leonor Acevedo Suárez, porteña con antepasados españoles que había llegado a dominar profundamente la lengua inglesa, tanto así que tradujo a autores como Katherine Mansfield, William Saroyan, Herbert Read, D.H. Lawrence, entre otros. También ejerció una gran influencia sobre el joven Borges en el ámbito literario y gracias al dominio del idioma inglés en su hogar, su educación siempre estuvo atravesada por ambas lenguas, cuestión que también caracterizaba la biblioteca de su padre, la cual identificaba como “el hecho capital de mi vida”. 

    Sabiendo ya leer y escribir, alrededor de los cinco años comienza su educación bajo la tutela de una institutriz británica. Antes de los diez años ya había escrito sus primeros relatos, un pequeño ensayo sobre mitología griega y una traducción de El príncipe feliz, de Oscar Wilde. Pasaba largas horas del día en la biblioteca de su padre, sin embargo esto no le impidió conocer la vida cotidiana de la calle Palermo, en ese entonces un barrio más bien popular poblado de inmigrantes, cuyas experiencias se verían reinterpretadas después en su literatura. 

    Por iniciativa de sus padres, ingresa a una escuela pública a la edad de nueve años, donde, durante los cuatro años que permaneció ahí, no logró adaptarse al nuevo escenario, siendo rechazado por sus compañeros por la diferencia de intereses, su clase social privilegiada y el escaso interés que le reportaba al joven los contenidos de su educación, donde reconocería que no habría aprendido nada nuevo. Sin embargo, el destino lo llevaría a Europa, pues su padre se encontraba sufriendo los embates de una ceguera progresiva y debió migrar, junto con toda su familia, en la búsqueda de tratamiento. Las vicisitudes de la guerra los llevaron a Ginebra, donde Borges comenzaría a estudiar en una escuela de ideología protestante, aprendiendo el francés y cursando su bachillerato en el Liceo Jean Calvin, experiencia que contrastaba diametralmente con sus primeros cuatro años de escuela. 

    Hacia 1919 se traslada a Barcelona y luego a Palma de Mallorca, en España, donde escribe dos textos que no llega a publicar: el libro de poemas llamado Los salmos rojos, dedicado a la revolución rusa y un libro de ensayos bajo el título de Los naipes del tahúr. Aquí se hizo parte del movimiento literario ultraísta, inspirado en el creacionismo poético de Vicente Huidobro, el cual se proponía confrontar el dominio que en la poesía española había tenido el modernismo y los novecentistas, donde establecería contacto con personalidades como Rafael Cansinos Assens, Guillermo de Torre, Juan Larrea, Pedro Garfias, Rogelio Buendía, Eugenio Montes, Gerardo Diego, Lucía Sánchez Saornil, entro otros. En 1921 Borges llevaría el ultraísmo a Argentina, donde redactaría en la revista Nosotros, de Buenos Aires, los elementos clave de su manifiesto, tales como el uso de la metáfora, la abolición del confesionalismo, la supresión de nebulosidad rebuscada, la eliminación de la rima, el dar lugar al canto a los objetos del mundo moderno, por citar algunos. Asimismo, hizo colaboraciones con poesía y crítica literaria en la revista Ultra, Cervantes, Hélices, Cosmópolis y en la revista Grecia, donde publicó su Himno al mar, el cual ha sido considerado por muchos como su primer poema. 

    Ese mismo año regresa a Buenos Aires, siendo recibido por el escritor, intelectual y humorista surreal Macedonio Fernández, viejo amigo de su padre. Una vez ahí funda la revista mural Prisma, dedicada al ideario estético del ultraísmo. El autor diría al respecto que “Nuestro pequeño grupo ultraísta estaba ansioso de poseer una revista propia, pero una verdadera revista era algo que estaba más allá de nuestros medios. Noté cómo se colocaban anuncios en las paredes de la calle, y se me ocurrió la idea de que podríamos imprimir también una revista mural, que nosotros mismos pegaríamos sobre las paredes de los edificios, en diferentes partes de la ciudad”. Más adelante fundaría también la revista literaria Proa, que contó entre sus páginas a escritores como Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Ernesto Sábato, Camilo José Cela, Nicanor Parra, Volodia Teitelboim, entre muchos otros. Por esos años, específicamente en 1923, publica su primer libro de poesía: Fervor de Buenos Aires, cuyo contenido consiste en una reinterpretación de la capital argentina, de sus personajes, sus calles y características, luego de que Borges la redescubriera tras su estadía en Europa, donde se había puesto en contacto con las vanguardias, pero que incorpora su propia búsqueda literaria y poética y marca con un sello inaugural mucho de lo que se vería en sus escritos posteriores, de hecho, el mismo autor señala que “nunca me he alejado mucho de ese libro; siento que todos mis otros trabajos solo han sido desarrollo de los temas que en él toqué por primera vez; siento que toda mi vida ha transcurrido volviendo a escribir ese único libro”. Treinta y tres poemas en verso libre y en primera persona que recorren las calles de un Buenos Aires que define como sus entrañas, y donde se despliega en la búsqueda de “los atardeceres, los arrabales y la desdicha”.

    En 1924 escribe dos libros: Luna de enfrente e Inquisiciones, continua con sus colaboraciones en revistas literarias y lograría renombre como uno de los más jóvenes líderes de vanguardias en aquella época. Aunque, ya agotado con el ultraísmo, sus letras derivan hacia una forma particular de regionalismo, ligado a una perspectiva metafísica de la realidad. Así, en sus poemas abundan las referencias al puerto, el tango, las peleas a cuchillo en la bohemia, tal como puede verse en obras como Hombre de la esquina rosada o El puñal. No obstante esta exploración, desde más o menos 1930 hasta los años 50, su pluma derivó hacia la narrativa fantástica, donde aparecen emblemáticas obras tales como Historia universal de la infamia, de 1935, basado en casos de crímenes reales, pero deliberadamente alterados: tanto así que él mismo reconocería que “Son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias”; Ficciones, libro de cuentos cortos de 1944 que catapultó a Borges al primer plano de la literatura universal y que toca temas clave de la filosofía moderna, así como una búsqueda de algo así como una ontología del fundamento y representación de la realidad. En este sentido podríamos citar el cuento La lotería de Babilonia, donde el azar pasa de ser un simple juego de posibilidades a un complejo mecanismo de sentencia del destino de los hombres, rompiendo, por una parte, con el principio aséptico de causa y efecto en que descansa el conocimiento científico y que oficia como mecanismo de certidumbre, y, por otra, poniendo en tela de juicio la noción del libre albedrío, pues si el destino está determinado por el azar, nada de lo que pueda ser elegido sería estrictamente una decisión. En el cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, se aborda la temática del idealismo filosófico del siglo XVII, que es hegemónico en la ficticia Tlön e influye decisivamente sobre la realidad, al punto de que objetos concretos son creados mediante el ejercicio del pensamiento, mientras que la doctrina del materialismo es considerado como una herejía, pues sería la percepción la que determina la realidad, rechazándose la posibilidad de que esta tenga existencia por sí misma. En Las ruinas circulares, se pone sobre la mesa el estatus de realidad de la propia existencia a partir de la historia de un hombre que sueña a otro, logrando darle un lugar en la realidad, solo para descubrir con este ejercicio que él también es producto del sueño de otro, revelando la fragilidad de su ser. Funes el memorioso, “una larga metáfora del insomnio”, según el autor, narra las vicisitudes de un joven que había adquirido la capacidad de recordarlo todo, pero que lejos de constituir esto una facultad deseable, destruía la capacidad misma del pensamiento, pues “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos” […] “No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico 'perro' abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce, visto de perfil, tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto, visto de frente”. 

    Ficciones, interroga y cuestiona las referencias filosóficas presentes en sus cuentos, se pelea con la validez lógica de aquellos postulados ampliamente aceptados por la tradición del pensamiento occidental presente en las academias. Asimismo, El Aleph, obra publicada en 1949, es otro de los libros de cuentos especialmente destacados del autor. Aquí Borges pasa de la descripción de mundos imposibles a mostrar las grietas en la lógica de la realidad a través de situaciones u objetos fantásticos enmarcados en un ambiente más cercano a lo que podríamos denominar como lo cotidiano. El libro se compone de diecisiete cuentos que abren con el que lleva por título El inmortal, donde se problematizan las paradojas metafísicas de las que serían objeto los hombres si es que en algún momento vencieran a la muerte. Bajo esta óptica, Borges establece que en un plazo infinito a un hombre le ocurrirán todas las cosas: “Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes”, de manera que “No hay méritos morales o intelectuales”, sentencia el autor; de modo que todo acto quedaría despojado de aquellas características que los vuelven significativos, perdiendo toda cualidad. Se trata entonces de que la inmortalidad supone cierta incompatibilidad con todos aquellos atributos que definirían los vectores morales tanto de un individuo como de una cultura y, extendiendo el argumento, también de toda existencia que contenga la propiedad de la inmortalidad: el Dios cristiano no podría justificar entonces su bondad. En el cuento La casa de Asterión, se acude al mito del minotauro, pero desde otro ángulo: el del solitario Asterión que vive en la soledad del laberinto creado por Dédalo y que espera la llegada de su redentor, aquel que lo libere de su casa, que es el mundo, y que aparece bajo la figura de Teseo, quien le da muerte sin que el protagonista opusiera mayor resistencia. En esta serie de eventos, el final del cuento revela que Asterión no era otro que el mismo minotauro, cuya muerte es experimentada por él como una forma de liberación de su condición monstruosa. El cuento El Aleph, que da el título al libro, tiene como primera característica el que Borges mismo se sitúa como narrador protagonista, desdibujando el límite entre la ficción y la realidad. Su temática principal dice relación con la experiencia de un sujeto que se ve enfrentado al infinito, el cual ha sido representado con un misterioso objeto denominado Aleph, como la primera letra del alfabeto hebreo, y que consiste fundamentalmente en un punto en el universo, ubicado en un sótano en la ciudad de Buenos aires, que contiene la totalidad del mismo, en una suerte de conjunción de microcosmos con el macrocosmos. La problemática aparece cuando el narrador se enfrenta a la tarea imposible de dar cuenta de tan asombroso objeto que, conteniendo el universo entero, es imposible de ser descrito a través del lenguaje, por tanto, lo que se plantea en el fondo es el problema de la relación entre lo contingente y lo universal. 

    A través del paso de los años se aprecia en Borges una transformación que va desde sus intereses ligados a las vanguardias, representando en Argentina al movimiento ultraísta, a un foco en los temas filosóficos y existenciales de la condición humana, donde las reflexiones sobre el infinito, la vida, la muerte, el estatus de la realidad, el fundamento ontológico del hombre, el destino, colman su producción literaria, cargada de referencias a la filosofía moderna y de gran espesor intelectual, aunque con un estilo escritural más sencillo y nítido. En los años 40 publica Antología de literatura fantástica, junto con Bioy Casares y Silvina Ocampo. Al año siguiente obtuvo el Premio Nacional de Literatura con El jardín de los senderos que se bifurcan. Hizo variadas colaboraciones en periódicos y revistas de la época. 

    1946 fue el año en que Juan Domingo Perón fue elegido como presidente de Argentina, manifestándose Borges abiertamente contrario a la nueva administración, a la cual consideraba una dictadura. Sin ir más lejos, el autor señalaría al respecto que: “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez... Combatir estas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor ¿Habré de recordar a los lectores del Martín Fierro y de Don Segundo Sombra que el individualismo es una vieja virtud argentina?”. Frente a esto, en un tono de clara venganza y humillación, el Gobierno peronista designó al escritor como Inspector de mercados de aves de corral, nombramiento que terminaría con su renuncia. Esto lo llevó a dedicarse a impartir conferencias principalmente dentro de Argentina y Uruguay. Fueron tiempos aciagos para un hombre desapegado de las multitudes y amante de las horas interminables de lectura entre el cobijo de las paredes de una biblioteca. También fue la necesidad la que lo llevó a desarrollar una carrera docente como titular de literatura inglesa primero en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza y en la Universidad Católica posteriormente. Sin embargo, esto hizo que su figura fuera depositaria de numerosos reconocimientos tanto dentro como fuera de su país natal. Hacia 1950, La Sociedad Argentina de Escritores lo designó como su presidente. Sacó a la luz su ensayo Aspectos de la literatura gauchesca, editó Antiguas literaturas germánicas junto a Delia Ingenieros, su ensayo Martín Fierro, entre otras producciones. La editorial Emecé comenzó un proyecto dedicado a la publicación de sus obras completas. 

    Luego del golpe militar, conocido como Revolución Libertadora, que echó abajo al Gobierno peronista, Borges fue nombrado como director de la Biblioteca Nacional en el año 1955 e incorporado a la Academia Argentina de Letras. Se desempeñó también como director del Instituto de Literatura Alemana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Aquí la enfermad causante de la ceguera de su padre se manifestó en él y, debido a esto, debió modificar drásticamente sus hábitos relativos a la práctica literaria. La ironía del destino respecto a ceguera y su puesto en la Biblioteca Nacional la expresaría bajo estos términos: “Poco a poco fui comprendiendo la extraña ironía de los hechos. Yo siempre me había imaginado el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Ahí estaba yo. Era, de algún modo, el centro de novecientos mil volúmenes en diversos idiomas. Comprobé que apenas podía descifrar las carátulas y los lomos”. […] “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”. En 1977 daría una conferencia sobre la ceguera. 

    No obstante la ceguera, se mantuvo activo continuando con su carrera como escritor, conferencista y académico. Fue nombrado catedrático titular en la Universidad de Buenos Aires, doctor honoris causa en la Universidad de Cuyo y presidente de la Asociación de Escritores Argentinos. Dedicó dos publicaciones a Leopoldo Lugones: Manual de zoología fantástica y El hacedor. Obtuvo el Premio Internacional de Literatura en 1961 junto a Samuel Beckett. Realizó conferencias en Europa y Norteamérica. Publicó también su antología personal. Hacia 1970 publica El informe Brodie, donde desarrolla temas relacionados con el destina y la ética, en un estilo directo, según observa el mismo Borges, tomando distancia de obras como Ficciones y El Aleph. Tres años más tarde el peronismo volvía a hacer presencia en el poder, lo cual no dejó indiferente a Borges, quien llamaba a recordar su primer Gobierno como “los años del oprobio”.

    En una mirada retrospectiva sobre su vida, el autor señala en 1974: “Como De Quincey y tantos otros, he sabido, antes de haber escrito una sola línea, que mi destino sería literario. Mi primer libro data de 1923; mis Obras Completas, ahora, reúnen la labor de medio siglo. No sé qué mérito tendrán, pero me place comprobar la variedad de temas que abarcan. La patria, los azares de los mayores, las literaturas que honran las lenguas de los hombres, las filosofías que he tratado de penetrar, los atardeceres, los ocios, las desgarradas orillas de mi ciudad, mi extraña vida cuya posible justificación está en estas páginas, los sueños olvidados y recuperados, el tiempo... La prosa convive con el verso; acaso para la imaginación ambas son iguales.”

    Jorge Luis Borges fallece el 14 de junio de 1986 a los 86 años, producto de un cáncer hepático y un enfisema pulmonar en la ciudad de Ginebra, luego de haber contraído matrimonio con María Kodama unos dos meses atrás.


Escrito para el programa radial Barco de papel.

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