Visión sinóptica de Francisco Bilbao

 


    Francisco Bilbao Barquín nace el 9 de enero de 1823 en la ciudad de Santiago de Chile. Primer hijo del matrimonio entre Rafael Bilbao Beyner y Mercedes Barquín, a sus escasos seis años, se ve obligado a dejar el país por efecto del exilio de su padre, un comerciante e influyente político liberal que, en materia constitucional, lidera el patriotismo aristócrata nacional en contra de las fuerzas conservadoras. Habiendo sido víctima de un intento de asesinato perpetrado por la llamada Conspiración de los Inválidos, el padre del pequeño Francisco es tomado prisionero y engrillado por mandato del entonces ministro Diego Portales, aplicándosele la pena del destierro, la cual asume junto a su familia en la ciudad de Lima, Perú. Eventos como este resultan paradigmáticos como reflejo de las tensiones entre las diferentes facciones políticas de aquellos tiempos, donde en no pocas ocasiones los enfrentamientos llegan incluso a las armas. Tras diez años fuera del país, los Bilbao Barquín pisan nuevamente tierra natal en 1839 y el joven Francisco inicia estudios en el Instituto Nacional. Persiguiendo la profesión de abogado, cursó cátedras de latín, filosofía, derecho natural, literatura y el denominado derecho público constitucional y de gentes, teniendo como norte insertarse activamente en el debate sobre la dirección que debía tomar, en lo sucesivo, el país. En la misma línea, funda junto a otros intelectuales, herederos de las enseñanzas de Andrés Bello en el Instituto, la Sociedad Literaria de 1842, que establece como fin la búsqueda de una literatura emancipadora, tal como dijera José Victorino Lastarria ese mismo año en su discurso de incorporación. En este contexto traduce De la esclavitud moderna, del polémico autor católico Félicité Robert de Lamennais, obra que ejercería gran influencia en el joven, esto debido a las ideas que el pensador francés desliza sobre la necesidad de un sistema esencialmente democrático, capaz de representar los intereses de las diversas capas de la sociedad. Lo que Bilbao ya observa en esta época es la necesidad urgente de una reforma constitucional que cambie el régimen de propiedad, las relaciones laborales, el sistema representativo y, especialmente, la política educacional, tema este último que sostendría firmemente hasta sus últimos días, enfatizando que “el que no cree que la razón soberana; que el gobierno de sí mismo, que la separación de la Iglesia y del Estado; que la educación filosófica del Estado, la inscripción de los actos fundamentales de la vida, son las condiciones inseparables de la verdadera república, ese vive aún en las tinieblas”, según se recoge de su pluma en los Registros Parroquiales, de 1857, publicados en la Revista del Nuevo Mundo. En este sentido, el autor utiliza las figuras literarias propias de la doctrina cristiana para atacar frontalmente al corazón de su institucionalidad, estableciendo a la razón como faro que ilumina los destinos de la patria.

    Sus inquietudes intelectuales y compromiso con la transformación de las relaciones de poder en Chile llevan al autor a escribir Sociabilidad Chilena, publicado el 1° de junio de 1844 en el periódico literario y científico El Crepúsculo. Se trata de un ensayo que ubica a Bilbao en el centro del debate nacional, marcando un hito en la evolución de su pensamiento, donde conjuga un enérgico llamado a la superación política, con miras a la democracia, y un ataque frontal hacia el clero y el conservadurismo. Según el historiador Luis Corvalán Márquez, la pluma del liberal representa en este tiempo “todas las características de una literatura de combate, penetrada de un fuerte espíritu militante y de una aspiración a convertirse en la voz de los sin voz”. Aquí el intelectual subraya críticamente la herencia española y el ideario de la edad media presente en nuestro país, con su fuerte componente católico y feudal, para proponer, en cambio, la instauración de una “edad nueva”, teniendo como referencia los procesos de cambio en Francia, a la cual solo podría llegarse a través de la revolución. “El señor feudal [dice Bilbao] conquista, extiende su dominio, domina al débil conquistado, enseñorea la tierra, la apropia y recibe su propiedad el bautismo de la legitimidad católica; el pobre, el débil, el conquistado, trabaja, gime y depone el fruto de su trabajo al pie del señor del castillo. Sufre, se le oprime, se le hace servir como esclavo y como soldado […] no tiene a quién apelar. La ley y la justicia, el poder y la aplicación vienen de una misma mano […] La desesperación aumenta, pero el sacerdote católico le dice: este mundo no es sino de miseria. Todo poder viene de Dios, someteos a su voluntad. He aquí la glorificación de la esclavitud”. Lógica que se ve reflejada también en el seno familiar, operando de manera equivalente en la relación del padre con la esposa y los hijos. Una doctrina del sometimiento que Bilbao imputa a Pablo de Tarso, quien habría creado “variaciones hostiles a la pureza primitiva de la doctrina de Jesús”. “El cura no sabe arar / ni sabe enyugar el buey / Pero por su propia ley / él cosecha sin sembrar / Él para salir a andar / poquito o nada se apura / Tiene su renta segura / sentadito descansando / Sin andarse molestando / ¡Nadie gana más que el cura!”, expresa mordazmente en verso el liberal. Así que da establecida entonces la relación entre la monarquía y la iglesia. Mientras la primera goza de sus privilegios, la segunda va en su auxilio para que “someta a los individuos y evite el análisis, el pensamiento libre, que es enemigo de la tradición”. Pero “desde que reconocemos la autoridad de la razón individual de cada individuo, el despotismo es ilegítimo [y la] libertad es sagrada”. Se sigue, entonces, que, siendo el ideario del catolicismo el que sostiene el orden social, la posibilidad de cambio requiere por necesidad una separación radical de entre Iglesia y Estado, a la cual no se puede llegar sino mediante la revolución.

    Tal separación obedece al propósito de crear las condiciones necesarias para la emancipación del hombre en la edad nueva. “El individuo [refiere Bilbao] necesita examinar para creer. Examinar es negar la fe, es someterse al imperio de la razón individual. Someterse a su razón es fiarse a sí mismo, tener confianza en sus fuerzas, es la exaltación del yo humano, voluntario e inteligente, subjetivo y objetivo, es decir, individual y social, particular y general, humano y divino, poseyendo en la constitución de su esencia psicológica la base de la armonía universal”. Pero no se trata de un viraje hacia el solipsismo, ni mucho menos de un “egoísmo misantrópico”, sino de apoyar el vínculo social en bases distintas a las establecidas por la iglesia. “El espíritu nuevo [dirá entonces], salió del templo antiguo por elevar otro más grande, más elevado, digno del ser Dios [es decir: amor universal] y del ser hombre […] reconociendo la libertad absoluta del pensamiento como único medio de comunicarse legítimamente con él”. Una vez destruida la fe, será la razón científica la que se ocupará de satisfacer las interrogantes que toda sociedad se plantea respecto de su origen, su estado actual y su destino. Pero la razón necesita no solo la instrucción en cuanto teoría, sino también las condiciones materiales para su despliegue. Aquí el pensador liberal establece claramente una declaración de principios que subvierte el orden imperante: “El individuo, como espíritu libre, expuesto al bien y al mal, necesita educación para conocer el bien. El individuo, el yo humano, cuerpo y alma, necesita propiedad para cumplir sus fines en la tierra. La propiedad la necesita para desarrollar su vida intelectual, su vida física y la de sus hijos. Luego las condiciones necesarias para adquirirlas, y adquirirlas de un modo completo, le son debidas. De aquí nace la destrucción del privilegio, de la propiedad feudal y la elevación del salario a medida que se alza la dignidad humana”. Francisco Bilbao reconoce, no obstante, que la empresa propuesta en su análisis es de gran envergadura, y que las condiciones para su realización se encuentran todavía por construir, de manera que cierra Sociabilidad Chilena con el siguiente llamado: “Mientras no tengamos soluciones científicas a los problemas humanos, realicemos los principios eternos […] que se presentan claros y lógicos al criterio revolucionario […] No procuremos alejarnos, dando por carencia de la palabra nueva, la palabra vieja. Tengamos dudas, suframos, llevemos el peso de las épocas transitorias, pero no retrogrademos para descansar bajo el monumento que se desploma. No separemos de nosotros al pueblo, más de lo separado que se encuentra. Eduquémoslo en la teoría de la individualidad, del derecho de igualdad y del honor. Así se hallará en aptitud de recibir el bautismo de la palabra nueva, sin que nos cueste la sangre del mayor número ni los siglos que han tardado las demás creencias para organizar una sociedad”.

    La publicación de Sociabilidad Chilena por parte de Francisco Bilbao desató la ira de los sectores más conservadores del país. A partir de una alianza entre la iglesia y las autoridades políticas de la época, el autor es llevado a juicio bajo los cargos de blasfemia, inmoralidad y sedición. Además, los ejemplares de su escrito fueron requisados y quemados, y La Revista Católica, con gran presencia en esos años, dedicó numerosas páginas al intento de refutar el ensayo. Para los liberales, sin embargo, el nombre del intelectual pasaría a convertirse en un ícono. Si bien el discurso con que el acusado asume su propia defensa saca aplausos entre los testigos, el peso de la tradición se deja caer a través de la condena por blasfemia e inmoralidad, aunque quedando sin efecto el cargo por sedición. Junto con esto, se le impuso una gruesa multa en dinero, la que sería pagada solidariamente con los aportes de los adherentes a la causa progresista. Un efecto colateral del juicio fue su expulsión del Instituto Nacional, cuestión que gatillaría su decisión de trasladarse a Europa. En el año 1845 llega a París, inscribiéndose en el Collège de France. Esto le permite acercarse a los pensadores Edgar Quinet y Jules Michelet, con quienes establece un trato regular que trasciende lo relativo a las cátedras que ambos dictaban en el Collège. Asimismo, frecuenta regularmente a Félicité Robert de Lamennais, en quien encuentra honda inspiración para una relectura de los Evangelios que pusiera en el centro al ser humano, en vez del viraje que el catolicismo había hecho hacia las riquezas y la alianza con las élites durante todo el proceso de conquista de América. También publica Los Araucanos, en 1847, donde aboga por una incorporación de los mapuches a la vida social chilena, respetando su propia tradición. Además, presencia en primera fila la oleada revolucionaria que se extiende por Europa alrededor de 1848. Con todas estas experiencias prepara su regreso a Chile a principios de 1850, nutrido de un profundo aprendizaje. Ya instalado nuevamente en suelo nacional, Bilbao, junto a personalidades como Santiago Arcos, Eusebio Lillo y José Zapiola, constituye la Sociedad de la Igualdad, organización que tuvo como propósito fomentar una “revolución en la razón, en la política, en la distribución de la propiedad […] En otros términos: libertad, democracia y solidaridad”, como consignara luego en su obra Revolución en Chile y Los mensajes del proscripto, de 1853. A pesar de su corta duración, el grupo, que reunía a intelectuales y artesanos, sentó importantes bases para los futuros proyectos de emancipación popular, pues promovieron no solo iniciativas de gran envergadura, como bancos de obreros y los llamados montes de piedad, o montepíos, sino que también se ocuparon de la instrucción de las periferias a través de talleres de lectura y escritura, matemáticas, dibujo, clases de idiomas, baile y, con especial énfasis, historia de Chile. Pero principalmente se trataría de un grupo que busca una posibilidad real para disputar el poder.

    Con este objetivo en la mira, la Sociedad de la Igualdad cierra filas junto a un amplio grupo de movimientos opositores al gobierno de Manuel Bulnes, detonando un alzamiento armado anti-conservador que sería recordado como la Revolución de 1851. No obstante, la fuerza de la tradición se hizo sentir nuevamente mediante una derrota aplastante de los liberales a manos de Bulnes y su continuador: Manuel Montt. Bajo este escenario, Bilbao se ve en la necesidad de huir del país, estableciéndose en Perú. Aquí se une a la causa liberal vecina, la cual resulta triunfadora; sin embargo, el chileno manifiesta su descontento en la obra El gobierno de la libertad, de 1855, debido a las tibias reformas establecidas por el nuevo régimen, el cual continuaba anclado a la “edad antigua”. “El gobierno de la libertad [dice el autor] es la unidad en la idea y en los hechos de la soberanía del pueblo y es, en consecuencia, la abolición de las entidades, o poderes, o estados en el estado que mutilan o usurpan la soberanía”. Se observa entonces un giro importante en el pensamiento de Bilbao, pues, si bien conserva el espíritu de los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad de los revolucionarios franceses, comienza a poner en primer plano la identidad de los pueblos del nuevo continente, virando paulatinamente hacia un latinoamericanismo. Tal cambio de enfoque le costaría una temporada en la cárcel y la posterior expulsión, trasladándose nuevamente a Francia. Este ideario toma cuerpo formalmente con el título Movimiento social de los pueblos de América meridional, publicado en Bruselas, donde hace un llamado explícito a los pueblos de América Latina para unir fuerzas en favor de su gente, rompiendo con el dominio europeo. Para el liberal, los procesos de independencia habrían quedado a medio camino en cuanto a la emancipación, pues seguirían bajo el yugo de una servidumbre tanto intelectual como moral, propia de los colonizadores, y que pone en situación de vulnerabilidad a las recientes naciones desde diferentes flancos: “Tres peligros […] amenazan aun la vida nacional de nuestras repúblicas americanas: una invasión de los Estados Unidos, el contagio moral de la Europa agitada en su conciencia y la influencia sofocante del catolicismo. Estos tres peligros conspiran contra un solo objeto. La muerte de nuestras jóvenes nacionalidades”, subraya. En el Congreso Americano, celebrado en París en el año 1856, llama a la conformación de una Confederación de las Repúblicas del Sur, cuya finalidad consistía en hacerle frente a la amenaza norteamericana, manifestando: “¿Habrá tan poca conciencia de nosotros mismos, tan poca fe de los destinos de la raza Latinoamericana, que esperemos a la voluntad ajena y a un genio diferente, para que organice y disponga de nuestra suerte? […] No lo creo […] Ha llegado el momento histórico de la unidad de la América del Sur; se abre la segunda campaña que a la Independencia conquistada agregue la asociación de nuestros pueblos”. 

    Desde la capital gala emprende rumbo nuevamente hacia América, en 1857, pero esta vez se establece en Buenos Aires. Aquí funda la Revista del Nuevo Mundo, que le servirá como caja de resonancia para la amplificación del alcance de su ideario político. Asimismo, publica más de doscientos artículos en el periódico El Orden, y funda el club literario Liceo Argentino, que reunirá a un importante número de adeptos a su pensamiento. Junto con esto, toma partido por la causa de las provincias y, por encargo del presidente Justo José de Urquiza, se ocupa de la redacción del periódico oficial El Nacional Argentino. En 1862 publica el título La América en peligro, donde el autor advierte sobre las avanzadas imperialistas de los países europeos, luego de la anexión de República Dominicana por parte de España y la invasión perpetrada por Francia en territorio mexicano, reiterando con urgencia su llamado a la unidad en contra de los intereses colonizadores. Dos años más tarde sale a la luz El evangelio americano, obra fuertemente influida por la escritura de Félicité Robert de Lamennais, y que opera como una suerte de catecismo político donde puntualiza sus concepciones democráticas y libertarias, abordando también los desafíos que enfrenta América Latina con respecto a su emancipación, pero con un mensaje de esperanza, donde se lee: “Vosotros, almas selectas que sentís la misión del apostolado de la justicia y libertad, y a quienes atormenta el insaciable deseo, la sed inextinguible del infinito, vosotros, sal de la Tierra, institutores de la personalidad, soldados de la causa de la Providencia, apoderaos del divino testamento, anunciad el Evangelio americano, arrancad el fuego sagrado del altar para incendiar los corazones e iluminad la inteligencia de todos los que esperan el día de justicia, el fin de toda tiranía, y la santa alegría de la paz”.

    Finalmente, Francisco Bilbao Barquín muere a la edad de cuarentaitrés años en la capital argentina, dejando tras de sí un legado intelectual notable para todos aquellos interesados en la unidad de propósito de las naciones latinoamericanas, en virtud de su defensa y del levantamiento orgulloso de su identidad. Su pensamiento, que ha tenido muy poca presencia en la academia y se ha visto prácticamente ausente en el debate político durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del siglo XXI, se encuentra actualmente disponible en los gruesos tomos que componen las Obras Completas del autor. Recopilación exhaustiva, llevada a cabo por su hermano, Manuel Bilbao Barquín.


Escrito para el programa radial Barco de papel.

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