Un otro soy


 

    Soy un otro es el nombre de aquella perturbadora tela de Roser Bru. Al mirarla, un sublime gozo invadió aquella vez mis pensamientos cuando entendí que, de todos los territorios, era el de la existencia humana el que seguía albergando el mayor de todos los misterios. Pero también el horror congeló mis venas cuando advertí que ninguno de los pares de ojos de Rimbaud parecía notar la presencia de su doble. Entonces, para romper la parálisis que a veces generan las epifanías, resolví salir en la búsqueda de ese que siempre se nos escapa.

    Y es que pasé años persiguiéndolo: primero en los libros, luego en charlas ocasionales, después en el brillo de las copas en los bares, para terminar en habitaciones maltrechas de moteles ilegales. Siempre creí que me le acercaba, que lo encontraría infraganti a la vuelta de alguna calle olvidada. Un día lo confundí con un cualquiera. Le giré el hombro por la retaguardia y le rompí una botella de wiski en la cara. –¡Hasta cuándo te me escapas!–, le grité con mi cara deformada. Pero el llanto infantil del pobre tipo derribado me demostró que no era aquel a quien había estado dando caza… Esto bastó para que desistiera de mi pesquisa afiebrada.

    Repasé los últimos años de mi vida en medio de las ruinas de mi empresa fracasada. Aquel muchacho embobado por las piezas de museo se había vuelto una piltrafa. Y es aquí cuando una revelación me tomó por asalto, congelándome como una estatua, pues descubrí con espanto que ya no soy un otro, sino que ahora un otro soy, pues, sin darme cuenta, el maldito al que buscaba había tomado la posta, suplantándome en algún momento de mis andanzas.


19 de enero de 2022

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