Identidades disidentes y discursos totalizantes en salud mental

    Las dinámicas sociales se caracterizan por un intercambio de intereses diversos que tienen lugar sobre la base de un todo organizado a partir de ciertas convenciones que se materializan en derechos, sistemas de creencias, etc. Sin embargo, estas convenciones, que podrían definirse como la síntesis de la tradición y, por ende, responder a la noción de una identidad total, no se encuentran exentas de tensiones, pues la diversidad de intereses que concurren al intercambio no siempre hallará correspondencia con lo ya definido, especialmente cuando estos surgen desde sensibilidades disidentes. Cobra interés entonces pensar las posibilidades de la alteridad, como diferencia, de ocupar un lugar frente a discursos totalizantes que, por definición, procuran absorber aquello que se presenta como ajeno a su ámbito de dominio.

    Claude Levi-Strauss, en Antropología estructural (1987), examina el proceso por el cual el discurso hegemónico disuelve la disidencia en virtud de salvaguardar el sistema simbólico predominante de cohesión social, señalando que “la elección no se hace entre este y otro sistema, sino entre el sistema mágico y la falta de todo sistema, o sea el desorden”, desde donde se le exige al disidente reorganizar su experiencia subjetiva para corresponder con los parámetros de la identidad total de la tribu, lo que proporcionaría “una satisfacción en la verdad [del grupo] , infinitamente más densa y más rica que la satisfacción en la justicia”. En tanto, Tzvetan Todorov, en su obra La conquista de América, (1998) observa, en un contexto análogo, un problema sobre la aproximación a la alteridad, poniendo sobre la mesa la cuestión de la imposibilidad de legitimación del otro cuando a la base operan valores trans-individuales, pues se procedería a “identificar pura y simplemente al otro con el propio ‘ideal del yo’ (o con el propio yo)”. Ambos autores subrayan el riesgo de la borradura de la alteridad en la operación de salvaguardar la formalidad de la identidad total.

    La operación de supresión de la diferencia opera también a nivel de campos particulares. La medicina, que sustenta su saber teórico en el método científico y que conduce su práctica a través de la certeza basada en la evidencia, constituye un discurso de poder que acude a un sistema categorial para definir la experiencia de salud/enfermedad del otro. Específicamente, en el área de salud mental, la comprensión del trastorno se basa en la adecuación de la experiencia del ser sufriente en criterios generalizables que no recogen necesariamente los significados particulares que este reporta sobre su estado, sino que estos son traducidos al lenguaje categorial tal como lo exigen las tecnologías de psicodiagnóstico, asignando desde ahí las condiciones de visibilización del malestar. El efecto es que, parafraseando a Levi-Strauss, se privilegia la elección del sistema de referencia médico por sobre la experiencia del sujeto que, al no ser plenamente sistematizable, opera de forma equivalente al desorden o la ausencia de sistema. De esta forma, la experiencia subjetiva del enfermo es reorganizada para ser asimilada al ideal del diagnóstico, identificando al otro con el propio yo, en el sentido de Todorov, del sistema categorial.

    Si, en el decir de Ivan Illich (Némesis médica, 1975), “la civilización médica es el código por medio del cual nos sometemos a las instrucciones que emanan del terapeuta”, entonces se da cumplimiento a una práctica disciplinar, tal como la describe Foucault en su célebre obra Vigilar y castigar (2002), en la cual se ejerce la sujeción de las fuerzas del sujeto, es decir, de su dimensión irreductible, para imponer sobre él una relación de docilidad-utilidad. Por tanto, toda identidad disidente, que no se adecúe al sistema de intelección de la disciplina, sería aislada o reorganizada para su asimilación. No obstante, el poner el acento en el problema de la alteridad frente a discursos totalizantes y hegemónicos, en torno al binomio identidad disidente/identidad total, motiva la necesidad de examinar otros referentes epistemológicos que pudiesen contrapesar el efecto de borradura de la diferencia. Así, cobra importancia el análisis estructural de Levi-Strauss o el perspectivismo basado en la comunicación de Todorov, pero particularmente el psicoanálisis, práctica en la que se le ofrece al sujeto, al menos potencialmente, una condición para su emergencia, donde figura como permitido el “dejar sin resolver tales contradicciones y en rehusar a la pretensión de una armonía sistemática allí donde la cosa misma se encuentra esencialmente desgarrada”, como señala Adorno en sus Escritos sociológicos I (2004), abogando por una aproximación a la alteridad desde la noción de multiplicidad y fragmentación, sin que esto equivalga a la imposibilidad de sostener una dinámica de intercambio en la sociedad.

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