Entre literatura y psicoanálisis



    En la década de 1960, Julio Cortázar es invitado a La Habana para su incorporación como jurado en Casa de las Américas, teniendo como telón de fondo el Boom Latinoamericano -donde él es uno de sus más destacados exponentes- y las profundas tensiones propias de un país en pleno proceso de reinvención producto de la Revolución. Aquí, en una conferencia titulada Algunos aspectos del cuento (1963), el autor, cuya obra era muy poco conocida en la isla, habla del cuento en cuanto género literario, de sus características, de sus posibilidades y del lugar del escritor ante el desafío de producir esa obra, sosteniendo la premisa de que los elementos que forman parte de su estructura son universales, constituyendo esto el pilar que lo convierte en una obra de arte. El escritor, dirá, se involucra en “ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal […] y el resultado de esa batalla es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada”. Sin embargo, tal noción encuentra ecos más allá de los dominios de la pluma, pues esta dinámica da cuenta de la condición subjetiva misma, donde la experiencia se vuelve objeto de una necesaria elaboración psíquica que permita su asimilación.

    El cuento será entonces el resultado -bajo las formas de la palabra- de la experiencia pura del escritor y su colisión con el mundo, lo que guarda notables analogías con la teoría de la mente de Wilfred R. Bion, uno de los grandes nombres del psicoanálisis inglés, quien afirma en Elementos de psicoanálisis (1963) que la psique se ve precisada a generar un modo para pensar los pensamientos, dado que estos preexistirían al aparato que los piensa. En este sentido, el cuento expresaría una manera en que el aparato psíquico transita desde una de las formas más rudimentarias de la experiencia hasta la dimensión del concepto, dotando de organización a la experiencia vital. Así, se establece un puente entre el psicoanálisis bioniano y las nociones del cuento en Cortázar, cuando este señala que el escritor ocuparía el lugar de quien convierte “nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que flotaban virtualmente en su memoria o su sensibilidad” en algo susceptible de ser asimilado tanto por sí mismo como por el lector.

    Ahora bien, es cierto que aquello que el portador de la pluma transforma en palabras corresponde a sus propios contenidos psíquicos; sin embargo, estos han sido inscritos por efecto de su encuentro con el mundo, de manera que es posible entender tal dinámica como las marcas del devenir de la cultura en la sensibilidad del escritor, de suerte que este viene a ocupar la función de captar los procesos sociales que flotan difusamente en el ambiente para convertirlos en obras codificadas susceptibles de asimilación colectiva. Bajo esta lógica, lo que Cortázar hace es declarar el lugar que le cabe a la literatura en el proceso social, cuestión de importancia si se considera el contexto de la Cuba revolucionaria, donde la subjetividad de los isleños se vio atravesada por una cantidad masiva de sensaciones entremezcladas de elementos tales como el éxito moral de la Revolución, que prometía la restitución de la dignidad arrebatada, y el deterioro de las condiciones de la vida a causa de la ofensiva reaccionaria foránea.


Publicado originalmente en Léucade Gaceta el 16 de marzo de 2020

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