El psicoanálisis y la salud mental de las clases populares a la luz de la guerra



    A finales de la década de 1920 una buena parte de la humanidad resentía los efectos devastadores de la Primera Guerra Mundial. La neurosis de guerra, que nosológicamente consideraba “una concepción dinámica de los procesos psicológicos, que admitía características como el inconsciente y la represión” (Nikolas Rose. Governing the soul. Free Association Books, 1999), caracterizaba el malestar de aquellos que, en el frente de batalla, habían sido víctimas del encuentro frontal con el horror de la destrucción a gran escala. Pero no es solo en el mundo de las armas donde el dolor psíquico se propaga con preocupante rapidez, sino que también en la sociedad civil el malestar mental va teniendo un lugar cada vez más acusado, dado el constante acrecentamiento de la miseria como uno de los resultados de la gran guerra. En este escenario, son las capas más vulnerables de la sociedad, las grandes masas populares, las que se llevan la peor parte, pues las políticas de compensación pecuniaria y el enfoque biomédico de la salud de aquellos tiempos no lograba hacerse cargo de este fenómeno cada vez más extendido.

    Bajo tal contexto es que el enfoque clásico de la medicina es fuertemente cuestionado. En esta línea, autores como el médico y psicoanalista húngaro Sandor Ferenczi ya advertían que “el experimento masivo de la guerra habría confirmado la insuficiencia de las perspectivas orgánicas […] para explicar el surgimiento de casos de neurosis” (Luis Sanfelippo. Concepciones y tratamientos de las neurosis de guerra durante la Primera Guerra Mundial. Universidad de Buenos Aires, 2017), por lo cual se hacía urgente aproximarse a esta problemática desde otros marcos epistemológicos. Es aquí donde el psicoanálisis se abre como una mirada que ofrece no solo una teoría capaz de dar cuenta de los procesos a la base de este tipo de afecciones, sino que también ponía a disposición una modalidad de tratamiento que se hacía cargo de las limitaciones del modelo biomédico entonces imperante. No obstante, el alcance de este punto de vista clínico se encontraba sumamente limitado: “Ustedes saben que nuestra eficacia terapéutica no es muy grande. Solo constituimos un puñado de personas, y cada uno de nosotros, aun con empeñosa labor, no puede consagrarse en un año más que a un corto número de enfermos” (Sigmund Freud. Obras completas, volumen 17, Amorrortu, 1991), confesaba el padre del psicoanálisis. Sumado a esto, las condiciones económicas bajo las cuales operaba la clínica analítica segmentaban su acceso solo a las clases pudientes de la sociedad. 

    Así, tomando en cuenta la pobreza del aporte que el psicoanálisis podía hacer en materia del tratamiento de la enfermedad mental a nivel masivo, es que Freud establece la dirección que tal disciplina debía seguir en lo sucesivo. La conciencia moral de la sociedad despertará y le recordará que el pobre no tiene menores derechos a la terapia anímica que los que ya se le acuerdan en materia de cirugía básica”, subrayaba el autor, haciendo el llamado a que se abrieran centros de salud mental de carácter gratuito para la atención de las clases populares, siendo los Estados los mandatados a asumir como obligatorios estos deberes, donde el éxito habría de alcanzarse solo “si podemos aunar la terapia anímica con un apoyo material [y asumiendo] la tarea de adecuar nuestra técnica a las nuevas condiciones”. Queda así establecida entonces la nueva regla fundamental del psicoanálisis, el cual debía ascender al pueblo como ineludible horizonte ético de su práctica.



Publicado originalmente en Academia Libre el 21 de noviembre de 2019

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